martes, 27 de abril de 2010


I

Miénteme:

Me duele menos tu mentira

Que la suma de todas tus verdades.

Sabes

Que en este corazón

Todo agravio se olvida

Toda pena se llora

Sin dejar huella

En mi memoria.

Adereza el sebo

Y lánzame el anzuelo

Cuéntame una fábula

Recítame otro verso.

Mis ojos siguen

La trayectoria de tus dedos:

Ofreces mundos ajenos,

Insolentes,

Donde la pasión se hace verbo

Pero el amor muere

En silencio.

Créeme que te creo

Que no finges sin motivo

—Un ataque de celos,

Una muestra de cariño—

Pero

En los ritos del deseo

Mi carne ya no siente

Lo que el gesto sugiere

Y me quedo

Con los brazos abiertos

Mirando al cielo

Soñando despierto.

Así que miénteme

Otra vez

Y dime que lo sientes

Dime que te duele,

Miénteme otra vez

Quizás pueda creerte

Cuando prometas volver.


Este es uno de los poemas de mi colección "Boleros Chinos". Ojalá y puedan ustedes, amigos, darme su opinión.

martes, 6 de abril de 2010

ROCK, LITERATURA Y CORAZÓN.


Desde mi adolescencia conservo recuerdos de mi iniciación en la música rock y la literatura. Aunque parezca extraño, yo ignoraba que mi afición a la batería e instrumentos de percusión iba algo más allá de una simple preferencia o inclinación personal: en realidad provengo de una familia en donde la música ha sido no solo objeto de culto, sino hasta modo de vida. Mi abuelo no solo era músico, era baterista y director de su propia orquesta (Willy Villarroel, Q.D.D.G.) allá por los años 40 y 50, en Chile. Mi mismo padre (Hugo Villarroel Menesses) fue cantante muy destacado y percusionista y no pocos lo recuerdan en esa faceta bohemia que lo sacó de su país natal y lo trajo hasta estas tierras salvadoreñas.

La música fue, con toda razón, parte central de la vida familiar. Los Ink Spots, Sinatra, Tony Bennett, Little Richard, Bill Haley, Sergio Mendes, The Temptations y, muy a tono con el cambiante espíritu Villarroel, también Ravel, Borodin, Beethoven, todos ellos formaban parte de las veladas en familia. Cuando desde los trece o catorce años empecé a inclinarme por Pink Floyd, Emerson-Lake & Palmer, Jethro Tull y Genesis, el ceño fruncido de mi padre no hizo sino encender un poco más ese espíritu rebelde de adolescente. Me sentí muy alegre cuando pude ensayar, muy jovencito aún, con la estudiantina del Instituto, pero sentía aversión por las tonadillas anodinas semifolklóricas y no duré mucho en ese intento. Fue entonces cuando comencé a escribir poesía, a actuar en teatro escolar (aún adaptando textos) y a aprenderme de memoria las partituras de percusión de mis bandas favoritas. Mi ídolo era Nick Mason, y sigue siéndolo. Admiraba cada golpe de baqueta, cada gesto, cada ritmo que naciera de las manos de ese bigotudo (al menos en los setentas) pero apacible baterista.

Ya estaba casi cuarentón cuando realicé uno de los sueños de mi vida: tener mi propia batería. A vista y paciencia de mi esposa y mis hijos empecé a desentumecer las muñecas y a practicar redobles. Me sentía impotente, torpe, un poco estúpido. Pero persistí. Algo así como mi trabajo literario, que ha ido sobreviviendo a la par de mi trabajo como cardiólogo y que, modestamente, me ha dado muchas satisfacciones, así como algunos sinsabores. Arruiné en el proceso un juego completo de parches y astillé varias baquetas. Persistí. Poco a poco los ligamentos se flexibilizaron, el ritmo empezó a cuadrar, los efectos empezaron a sonar convincentes. Creo que lo mismo ha pasado en mi literatura. Me reconozco como un hombre que, en cuanto al arte, está en crecimiento, en algún estadío a medio camino entre embrión y feto. Pero, como en todo proceso, espero que lo mejor esté por venir. Mientras tanto, seguiré practicando con Atomic Rooster, King Crimson, Rick Wakeman, Genesis y toda esa caterva de locos visionarios que iluminan mi vida con su música.

6 de abril 2010.