miércoles, 12 de diciembre de 2012




De la Maestría del Caos al Arte de lo Posible
12 de Diciembre de 2012 a la(s) 12:0 - Hugo Villarroel Ábrego
Cuando se habla de “caos” pensamos en desorden, confusión, comportamiento errático e impredecible.





En las religiones que dan una explicación de la génesis del universo, una fuerza superior derrota al caos e instaura un orden supremo. Es necesaria cierta estructura lógica para comprender cómo funciona el mundo, una noción mínima pero lógica para integrarse con éxito en un medio ambiente físico y social a menudo hostil y estresante.

En El Salvador, nuestra democracia en construcción, con la torpeza de un bebé, da sus primeros pasos de la mano de hermanos mayores que nos asisten con mayor o menor simpatía en el aprendizaje. Sobrevivimos a muchas calamidades dependiendo, eso sí, de préstamos, asistencia técnica, ayuda humanitaria y donativos. No es de extrañar que muchas cosas no funcionen o que nuestras gestiones e iniciativas causen resultados paradójicos o inesperados, sorprendiendo nuestra capacidad de comprensión. Caos, podría decirse. Pero ese caos es tan solo apariencia. Los poderes del Estado, en pugna constante, las controversias en la elección de funcionarios, las negociaciones más o menos públicas en torno al tema de seguridad, las disidencias tan publicitadas de algunos legisladores son algunos ejemplos de situaciones caóticas que podrían responder a agendas secretas. Por eso me gusta pensar que la obra teatral, el “reality show” que los políticos exhiben a la opinión pública no es otra cosa que una elaborada coreografía de marionetas: ellos tiran de los hilos siguiendo libretos ocultos dignos del Teatro del Absurdo... Pero coherentes o no con el elemental sentido común, estos montajes nos demuestran que la Política es la Maestría del Caos. Mientras deliberamos, estupefactos, tratando de armar un rompecabezas creíble, la acción de verdad ocurre tras bambalinas, inaccesible a la crítica justa y saludable que cada ciudadano tiene derecho a ejercer.No es una situación privativa de nuestro país, ni siquiera del Tercer Mundo. Donde quiera se ejerciten los músculos de los políticos podemos esperar espectáculos más o menos increíbles, caóticos, de modo que la antes citada comprensión del mundo, necesaria para una vida llena de sentido y propósito, está basada, según el criterio de muchos ciudadanos, en especial de los jóvenes, en una mezcla de nihilismo, incredulidad y desconfianza. La falta de transparencia deja demasiado a la imaginación del pueblo o, por el contrario, le priva de la materia prima con que se construye una cultura ciudadana: el acceso a la verdad... Aunque no convenga, aunque duela, aunque nos dé vergüenza.Con muchas asignaturas reprobadas pero con fe en una superación en todos los órdenes, también se debe reconocer en los políticos un potencial creativo para que las cosas funcionen. Así, la Política no sería tan solo la Maestría del Caos, sino el Arte de lo Posible. Y en un buen sentido, apelando al amor patriótico, haciendo un llamado a la honestidad y bondad, las cosas pueden mejorar en este país. El Salvador urge de gente resuelta, capaz de llamar las cosas por su nombre y ventilar con transparencia los puntos más urgentes de la agenda de país. No es correcto subestimar la capacidad de análisis y comprensión del pueblo: aunque el pan y circo de los antiguos estadistas aún tiene impacto para comprar el favor de las masas, estas ya no están engañadas y, conscientes de que por años se les ha estado comprando con baratijas, cada vez cotizan sus votos a un precio más y más elevado.
De la Maestría del Caos al Arte de lo Posible. Es un cambio de postura existencial que urge para un El Salvador pujante y saludable, del que todos podamos estar orgullosos.

lunes, 5 de noviembre de 2012


Se buscan héroes.




3 de Noviembre de 2012 - Hugo Villarroel Ábrego

La canción de David Bowie y Brian Eno dice: “Podemos ser héroes... Aunque sea por un día”. 




En el vídeo (un comercial de TV), niños y adultos disfrazados como héroes de cómic juegan y sirven alegremente a su comunidad. Enternecido, reflexiono... Cuando toca el desastre a nuestra puerta surgen lo mejor y lo peor de la condición humana. En los extremos, los idealistas empedernidos viven austeramente, refugiándose en la espiritualidad; otros, apelando a la supervivencia del más fuerte, se tornan depredadores. Inmersos en una cultura de campo de concentración, muchos procuran felicidad viviendo ilusiones de autonomía, pero prisioneros de sus miedos y necesidades de placer. En medio de la desolación surge el mito del héroe, de hombres y mujeres capaces de superar toda miseria para guiarnos hacia un destino mejor. La camiseta de héroe es codiciada pero es difícil dar el ancho, en especial cuando la ruta es cuesta arriba y se acarrea en las espaldas algo más que las propias penas. Estos luchadores honestos gozan de simpatía y admiración pero rara vez de auxilio real. Hasta los santos necesitan agua, pan y descanso, pero el oficio de salvador o rescatista rara vez da réditos materiales. En la naturaleza del héroe auténtico hay una visión universal, compasiva, altruista... Y cuando, guiado por su conciencia incorruptible, se ve obligado a romper con los poderes establecidos y nada contracorriente, pone en riesgo su propio prestigio y seguridad: Deja de ser útil al sistema y es justo en ese momento que todo su valor se pone a prueba.

En el currículum del héroe de la vida real no figuran poderes sobrehumanos ni coeficiente intelectual de genio ni una fortuna inmensa. Trabaja con tesón y amor, a menudo sin conciencia del impacto de su obra ni la calidad de su legado. Uno de los primeros héroes que he conocido fue Carlos Perdomo Vidal, mi profesor de sexto grado. Su simpatía y entusiasta estilo de docencia volvían la experiencia educativa algo electrizante. Me enseñó a creer en mi talento, pues a tan tierna edad no sabía si un día estaría a la altura de las expectativas propias y ajenas. Su influencia marcó un antes y un después en mi vida académica y me alentó a no claudicar en mis deseos, sin que él recibiera a cambio nada más que su humilde salario de maestro. Este artículo le rinde un tributo amoroso y más que merecido: Es y ha sido un héroe, mi héroe y el de muchos otros de sus alumnos.

Sí, urgimos de héroes de carne y hueso, modestos, firmes, decentes. Víctimas de la incertidumbre miramos en derredor, buscando mágicas intervenciones. Los no creyentes sonríen, escépticos. Alzamos la voz ante nuestras autoridades y líderes, a legisladores y ejecutores de la ley... Pedimos señales, pruebas fehacientes de que todo estará bien, garantías de paz y prosperidad. Angustiados, los creyentes piden favores a la divinidad, muchos mortificándose, expiando culpas. Pero la fe verdadera es como estar enamorado, no se requiere de una explicación para entenderla: se sabe que la respuesta a nuestros ruegos está ya escrita en el propio espíritu, desde el amanecer de la conciencia. Y la fe cambia el contenido mental, facilita la percepción de una realidad que desconoce de egoísmos y mezquindades, intrigas y falsedades. Vacía de prejuicios y deseos o temores, la mente rompe sus cadenas y se abre la puerta a la conciencia para ese viaje hacia integrarse con lo divino. Ahora ya son posibles los milagros. Y es entonces que llegamos a entenderlo: Sí, todos podemos ser héroes. Hoy y todos los días de nuestras vidas.

miércoles, 3 de octubre de 2012


Amigos: 

Espero gusten del presente artículo, un homenaje para la República de Corea.

La Prensa Gráfica, 3 de octubre 2012.


Medio siglo de amistad

Hace 50 años la República de Corea del Sur y El Salvador iniciaron relaciones diplomáticas. En El Salvador de 1962 muchos prosperaban ante el auge de un capitalismo industrial en ascenso, pero otros tantos gemían bajo la bota del militarismo que copaba la esfera política. Grandes sectores de población parecían dispuestos a sacrificar su libertad a cambio de una estabilidad macroeconómica fundamentada en el miedo y la sumisión ideológica. En las antípodas, en una pequeña península rodeada de gigantes, empobrecida y dividida por una guerra devastadora, emergía de las cenizas un joven Estado, Corea del Sur.

Escrito por Hugo Villarroel Ábrego





 
Dos razas y culturas diferentes, con herencias e historias disímiles, pero dos pueblos que se tendieron la mano, dispuestos a conocerse, entenderse y ser amigos. Luchadores, laboriosos, acostumbrados al dolor y a la adversidad, emotivos y amables, coreanos y salvadoreños son celosos guardianes de sus tradiciones, gustan de la cortesía y las bondades de la vida familiar. Pero a partir de estas bases comunes, cada nación evolucionó de manera muy particular, no sin crisis, hasta alcanzar su condición y posición actual en el mundo.

Fue en 1962 cuando comenzó a gestarse el “milagro del río Han”: Corea era uno de los estados agrícolas más pobres del mundo pero el ahorro, frugalidad, inversión bien dirigida y, como los mismos coreanos dicen, el fuerte énfasis dado a la educación fueron los ingredientes de una metamorfosis que catapultó al país hacia una élite con poderío económico pero también robustez moral.
Sin sacrificar su esencia, los coreanos luchan por una sociedad soberana, culta, productiva y generosa. Conmovidos por su éxito y deseosos de ser agentes de cambio para países menos afortunados, no han vacilado en compartir tecnología, asistencia en salud, cultura y ayuda económica. La crisis financiera asiática de 1997 hizo tambalear al joven gigante, pero la solidaridad de un pueblo que no sabe rendirse aportó una solución pocas veces vista: la gente sacó el oro de sus cajas fuertes, gavetas y armarios para donarlo al Estado y apuntalar las reservas internacionales. Los frutos se cosecharon pronto y, sin límites a la vista para una expansión pacifista y benévola, el futuro parece halagador para el hermano país y sus ciudadanos, personas que siempre ofrecen “hacer su mejor esfuerzo” cuando se les encomienda una tarea o misión, por difícil que parezca.

Cualquiera se siente orgulloso de amigos así. Corea ofrece un modelo para diseñar soluciones fundamentadas en nuestros propios valores y necesidades. Sin copiar podemos imitar, aprendiendo de maestros buenos y desinteresados. Eventos como los festivales de cine y de K-pop (música y baile pop coreanos), la visita de artistas consagrados y de trabajadores voluntarios para construcción de infraestructura en zonas rurales pobres sirven como marco para celebrar este medio siglo de amable cooperación. Esto ha sido posible por las gestiones del excelentísimo Sr. embajador de Corea y sus asesores, con especial mención para el distinguido señor Hwang Joong-jin, quien me honra con su amistad.

Con tristeza debemos reconocer que el camino que El Salvador ha recorrido ha sido tortuoso, que hemos caminado con lentitud y no hemos puesto aún nuestro mejor esfuerzo. Pero no perdamos la fe: encontremos sentido a nuestra visión de país y, viviendo el sueño, trabajemos con tenacidad, aplicando nuestro natural talento por el tiempo necesario para desatar los nudos que atan nuestra creatividad y podamos despegar, sin más límite que la imaginación, hacia la vida nueva, exitosa y alegre que merecemos.
La República de Corea, nuestra amiga, nos ha mostrado que vale la pena soñar en grande, que cuesta el mismo esfuerzo que soñar en pequeño.

martes, 11 de septiembre de 2012



Prohibido morir.


Amigos: este es mi último editorial, publicado en La Prensa Gráfica.

Historia de Ripley: el alcalde de una pequeña ciudad, ante la falta de cementerio local, resolvió el problema proclamando un edicto: “Prohibido morir”. Más allá del absurdo, el intelecto encontraría digno meditar sobre nuestras actitudes ante la muerte, tema que, para la gente de fe, se resolvería invocando la inmortalidad del alma y que, para los incrédulos, debería ser indiferente.

Escrito por Hugo Villarroel Ábrego Sábado, 08 septiembre 2012 00:00
 
No pondré mi acento en debates de esa índole y explicaré mi verdadera inquietud: ¿Llamamos “vida” a la sucesión de nacer, crecer, reproducirse y envejecer? ¿Llamamos “vivir” al microescenario donde exhibimos penas y glorias domésticas, luchando por satisfacer apetitos? ¿Es “vivir” el ciclo de sueño, vigilia, trabajo y ocio? Sin importar la faena, oficio o profesión, ¿nos basta esta cuota de rituales, pasatiempos y labores para sentirnos realizados? ¿Hay un espacio para soñar, para trascender esta rutina demoledora?
Son preguntas retóricas, pretexto para alzar la voz y decir: “¡Prohibido morir!” Pero no hablamos ya de muerte física, sino de muerte espiritual y emocional, el estado zombi-vegetativo del que, abandonando sueños, valores e ilusiones, se rinde y degrada al conformarse con ser simple pieza de recambio de la gran máquina, la sociedad autocomplaciente que nos aturde y embelesa con sus subproductos masificados. Nos quejamos de un sistema deshumanizado, pero somos indiferentes a las luchas de aquellos que dan la espalda a la mediocridad y el conformismo. La respuesta de la gente ante estos “guerreros emocionales” (como los llama Claude Steiner) pasa desde testigos apáticos hasta franca hostilidad. Cuando la gente es honesta y fiel a sus ideales y principios, cuando la buena fe es su manual de vida, se expone a grandes peligros.
El maestro que desafía al sistema si se le pide enseñar propaganda y no ciencia, el médico que desobedece una orden si sabe que con ello vulnera los valores de su paciente, el fiscal que sabiendo inocente a un indiciado reclama el cese de la persecución, el funcionario público que arriesga el puesto antes que corromperse con dinero ajeno, todos son buenos ejemplos de héroes cotidianos que se exponen a ser maltratados y purgados.
Lo había dicho Cristo: “Miren que los envío como ovejas en medio de lobos” (Mateo, 10:16). Muchos agachan la cabeza y desvían la mirada cuando el justo es perseguido y ridiculizado... Vemos en acción “mecanismos de control social”, maneras de mantener a todos los pájaros dentro de la jaula. Cito a Roger Waters: “No te dejarán volar, quizás te dejen cantar”. Y cantando se va la vida, al ritmo que otros imponen, sin romper moldes, siguiendo argumentos ajenos, renegando de una libertad que no tenemos coraje para conquistar. Sin fe, sin sueños, el cadáver ambulante se desmorona poco a poco, ante la mirada impasible del mundo.
Pero nunca es tarde. Saquemos lustre a la vieja armadura. Aprendiendo a disentir recuperemos el don del pensamiento libre, reconquistemos el derecho a la autonomía. Dediquémonos con empeño y disciplina a las faenas, haciendo del trabajo una obra de arte, que nuestra hoja de vida sea como un museo de Bellas Artes, abierto al mundo. Empuñando el machete, el martillo de la justicia, la escoba, la pluma, el bisturí o luchando con manos desnudas, no importa lo encumbrado o humilde del campo de batalla, la lucha por vivir tiene como objetivo el Paraíso en la Tierra. Pero es un Paraíso en construcción, que demanda devoción a la excelencia, sin conformismos. Trabajemos, pues, de manera excelente; hagamos aportes significativos, enseñemos a nuestros hijos a no claudicar.
Retomemos el mandato: “¡Prohibido morir!”. Hay demasiado en juego: nuestra dignidad de buenos salvadoreños y la felicidad, aquí, ahora y siempre.

domingo, 22 de julio de 2012


Amigos: Aquí publico mi más reciente editorial, "Para gobernar a los hombres". Espero sea de su agrado y motivo de reflexión. Julio 22, 2012.

BERNARD FRIZE - OMA - CENTRO POMPIDOU - PARÍS

Para gobernar a los hombres

“Para gobernar a los hombres y servir al Cielo, no hay nada mejor que la moderación...  Por la moderación se puede ser generoso. Por la humildad se puede guiar al mundo.”



Hace veinticuatro siglos el mítico Lao-Tsé amonestaba así a los monarcas. Más aún, afirmó, en el Tao Te Ching: “Si yo fuera rey de un pequeño reino... haría que el pueblo estuviera dispuesto a dar su vida, defendiendo sushogares, antes que pensaran emigrar... Hallarían tranquilas sus moradas. Disfrutarían sus costumbres”.
En nuestro pequeño reino, El Salvador, la indefensión, el deseo de evadirnos, la zozobra cotidiana y el rechazo a las tradiciones propias en busca de lo foráneo parecen ser sellos distintivos de un pueblo que renuncia a metas trascendentes para meramente sobrevivir.
Sigo citando: “El Sabio, para ser señor de su pueblo debe colocarse por debajo de él... Lo guía sin que sufra... Si el pueblo es difícil de gobernar, es porque sus gobernantes se entrometen en sus vidas... Les han hecho la vida muy dura”. Suena profético y solo nos queda el consuelo bobo de no ser los únicos que sufren los desaciertos de los líderes por nosotros mismos elegidos para conducir ¿o descarrilar? a la Patria del trayecto soñado de “conquistarse un feliz porvenir”.
Amor, moderación y humildad. ¿Mucho pedir en política? Artistas de la confrontación, legisladores y jurisconsultos se devoran unos a otros de frente a la opinión pública, como pirañas en una pecera. No importa quién tenga los mejores argumentos o se acerque más a la razón. Lo que asusta es el instinto depredador, la celebración de los excesos, el desafecto por el orden institucional. Para ellos consenso es la opinión del más fuerte. Compromiso implicaría renunciación de todos y satisfacción para ninguno.
Si hubiese un mínimo respeto por el colega, por el rival ideológico o político, con ese ingrediente único se podría pensar en cooperación, entiéndase, en operar o trabajar juntos, por el bien de un país que asiste atónito al espectáculo de la batalla campal (de intereses, no de Poderes) que pone en entredicho nuestra verdadera capacidad de autogobierno.
Al cooperar y encontrar soluciones habrá que conciliar. Pero conciliar no es un apretón de manos hipócrita: exige reconocer que no todos quedan ilesos, que hay necesidad de restaurar autoestima y limar asperezas.
Este artículo es un llamado a la cordura. Sin acusar a ninguno ni tomar partido por nadie, busca invocar la moderación de todos. Si aman a El Salvador hagan cónclave (literalmente encerrarse bajo llave) y no asomen la cara ante el pueblo sin haber llegado a un acuerdo. No solo se trata de evitar el ridículo ante el mundo: lo urgente es volver a un orden que permita funcionar al país, que sirva para demostrar que nuestra traída y llevada “independencia” no es tan solo palabrería hueca.
Definidos los elementos en que hay postura unánime, un mínimo común denominador, se deben enumerar los problemas con sencillez para describir, calificar y ventilar las diferencias de opinión y encontrar salidas legales y dignas para todos. Constitución en mano deberá haber concesiones mutuas y renunciaciones más o menos reñidas con las agendas políticas privadas. No menos importante: Resuelta la crisis, ¿cómo prevenir que un conflicto similar vuelva a ocurrir? Pilotos de la nave del Estado: piensen en que su misión es llevar a buen puerto a este pueblo que tanta fe puso en ustedes a la hora de emitir sufragio. Gobiernen bien, gánense el cielo, nuestra gratitud y el respeto del mundo. No es tonto, ingenuo ni improcedente pedir que prevalezcan en sus actos el amor a la Patria, la humildad y la moderación.


Muchas gracias por su atención a este blog.

Hugo Villarroel.

domingo, 15 de julio de 2012




Los variados rostros de la cultura: Un llamado a la tolerancia.

Editorial publicado en Opinión de La Prensa Gráfica el día Domingo 15 de julio del año 2012





Museo de Arte Moderno, Münich. Un crítico escruta un óleo de Bacon sin disimular "disgusto" ante "una grotesca pero colorida muestra de sadismo"… Disfruta disentir de otros expertos. En Multiplaza, San Salvador, la gente se apiña frente al desfile de modas de una boutique. Situaciones y escenarios diferentes, pero todos comentan y critican, nadie es indiferente al goce estético que siente o deja de sentir. Disfrutan, evitan el aburrimiento, practican escapismo emocional. El tiempo transcurre y dirán: "¡Qué bien la hemos pasado!". El crítico cenará baguette de salmón y té de Assam. Los asistentes al desfile despacharán hamburguesas y gaseosas.

Todo es cultura, expectativas, aspiraciones y conductas. La aprendimos durante los "años plásticos" de la infancia y aprueba o condena manifestaciones según las llamadas "buenas costumbres". Así, llorar en las bodas es visto con simpatía, pero si alguien lanza una carcajada será reprendido (a menos que su líder espiritual lo haga primero). En Suabia quiebran platos al casarse, algo que sería excéntrico en Centro América. Aparte geografía o grupos étnicos, dichas “buenas costumbres”, cuya observancia discrimina entre “cultos” e “incultos”, son dictadas por algo que la conciencia colectiva respeta: la Tradición. Las cosas siempre se han hecho de cierta manera, algo enquistado en la psique en una época prelógica: el niño obedece sin razonar, no pregunta por qué hasta alcanzar cierta edad y, llegado ese momento, la respuesta a menudo es poco ilustrativa: "porque sí", "porque no", "siempre ha sido así". La tradición, forma visible del patrón cultural está basada en "valores" (prejuicios más o menos sagrados) y es dictada por los mayores, que se suponen más sabios y competentes; se hereda igual que se legan los genes, es vinculante, básica para la cohesión y supervivencia de familia, sociedad y nación, aún si está reñida con una visión científica del mundo. Patrón y tradición facilitan el accionar individual porque simplifican la tarea de definir "correcto", e "incorrecto". Desobedecer lleva a censura que genera, a su vez, miedo y culpa, motores de obediencia y sumisión a la autoridad.

Es fácil caer en tentación de juzgar y comparar patrones culturales, propios y ajenos. Algunos desprecian su herencia de ensueño, legada por nuestros antepasados mesoamericanos y claman por transculturación a buenas o malas. Otros añoran un bucólico retorno a los orígenes precolombinos. Al comparar irrespetamos valores subyacentes a rituales y comportamientos de nuestros hermanos, de modo trivial —sonrisa desdeñosa— hasta trágico, como lo recuerdan los campos de exterminio. Pensemos en los europeos, en la antigüedad de sus instituciones, su tecnología, riqueza, talento artístico... En contraste, los indígenas amazónicos yanomame subsisten en primitivo pero armónico modo con el ecosistema. Desconocen la rueda, su arte utilitario carece de pretensiones, su sistema numérico tiene tres cifras: "uno", "dos" y "más de dos". Practican la endogamia (como las casas reales europeas) y comercian con indígenas vecinos con más eficiencia que la Comunidad Económica. Su frugalidad, sencillez y solidaridad destacan frente a la glotonería, complejidad y competitividad de sus congéneres "civilizados". ¿Deberíamos menospreciar o exaltar a los yanomame? Ni una cosa ni otra, no invocamos el mito del “buen salvaje”: abogamos por tolerancia y respeto mutuo, aunque se nos distinga por pertenecer a distintas etnias, por estar o no influidos por diferentes credos o corrientes de cultura o contracultura. Amantes del arte clásico o diletantes del pop, busquemos un nicho para todos, en donde podamos morar sin sentirnos rebajados o enaltecidos. Esta es la más sofisticada manera de ser cultos en la aldea global, más allá de las a veces insalvables diferencias, ya sea admirando arte en un museo o frente a la pasarela, en un centro comercial. 

Gracias amigos, por estar pendientes de mi trabajo.

Hugo Villarroel A.   

sábado, 9 de junio de 2012


¿Preparados para perdonar?




Editorial publicado en la Sección Opinión, página 25 de la edición del día sábado 9 de 
junio del año 2012.

http://www.laprensagrafica.com/opinion/editorial/267203-ipreparados-para-perdonar.html





Castigar es humano, perdonar es divino, argumento suficiente para frenar, aunque de modo efímero, el ímpetu asesino de Amon Goeth, el nazi que hacía de la matanza al azar en los campos de concentración un deporte cotidiano. Si perdonar fuera fácil, aún las ofensas mínimas, poner la otra mejilla y orar por los que nos persiguen y lastiman serían actos automáticos y no pura palabrería. Los límites del ego hacen durísima la faena y la cultura del desquite impregna nuestro vivir desde la infancia. En cambio, ofreciendo bien por mal, se da la alternativa de conversión al que ofende y, aun dejando de lado a la religión, bastaría con apelar al mutuo respeto y tolerancia para la resolución de todo conflicto.


La dinámica del perdón es compleja. Si los salvadoreños hubiésemos perdonado no seguiríamos de duelo, lamiendo nuestras heridas de guerra en público. Persisten dolor y rencor porque fuimos ingenuos al creer que era suficiente un “perdón y olvido” por decreto. Las partes en contienda han fracasado en mostrar verdadera contrición por los graves daños que se causaron entre sí y a las inocentes víctimas del fuego cruzado. No bastó la tregua militar, más el resultado de la fatiga y la falta de recursos para seguir combatiendo que de una verdadera voluntad de conciliar. Hoy, el reto es hacer honor a nuestra realidad histórica: cada quien reconociendo sus faltas, pidiendo perdón con sincera humildad y, en la medida de lo humanamente posible, reparando los daños, con promesa firme de no repetir la injuria. Pero conceder el perdón no implica impunidad sino más bien un cese de hostilidad o de emociones negativas, es dar la espalda al odio y al rencor en aras de dar oportunidad a una resolución justa y apegada a derecho de todos los conflictos de nuestro pasado.


¿Quién será el árbitro que garantizará la reparación de afrentas, la rehabilitación de ofendidos y la restauración de la autoestima de todas las partes? Los Acuerdos de Paz fueron la base conceptual para tal proceso, pero no más que una plataforma de lanzamiento: Dos décadas después, aún sin armas en las manos, muchos salvadoreños siguen en pie de guerra, víctimas de estrés postraumático, enfrentados entre sí y matándose a recuerdos, en duelo interminable. Nadie muestra clemencia ni se quiere recordar que tampoco es apropiado o digno hacer escarnio de aquellos que estén dispuestos a aceptar culpa y pedir perdón: esto sería venganza… Y la venganza bloquea el acceso a la empatía y la compasión.


Nos falta recorrer un largo trecho para estar a la altura de estas expectativas, pero no somos los únicos que han pasado por transiciones penosas hacia la paz, desde la discordia hacia la reconciliación. Contamos, para no desmayar en el camino, con el ejemplo edificante de pueblos que ahora prosperan en democracia, de naciones reunificadas, de holocaustos irrepetibles gracias a la expansión de la conciencia histórica de los seres humanos.


Somos falibles y capaces de lastimar. El perdón es expresión máxima de humanidad y todos esperamos ser dignos de él, por lo que la reciprocidad es fundamental para convivir dignamente. Hasta el infame Amon Goeth pudo “perdonar” las vidas de un puñado de prisioneros inocentes. Hoy, hay esperanza que en las mentes y corazones de nuestros jóvenes salvadoreños haya espacio y talante propicios para un futuro de fraternidad y tolerancia, es vital educar sus emociones. Demos el primer paso, aunque duela, aunque la pérdida haya sido devastadora. Así ganaremos el respeto de todos, aún de aquellos que se hacen llamar nuestros rivales… o enemigos. 

Espero sus comentarios, amigos.

Hugo Villarroel Ábrego.  

sábado, 21 de abril de 2012




LENGUAS COMO CUCHILLOS

Editorial publicado en Opinión de La Prensa Gráfica, jueves 19 de abril, 2012.



Gracias, amigos, por su interés en mi trabajo.


“La lengua afable es un árbol de vida, la lengua perversa hiere en lo más vivo (Proverbios: capítulo 15, v. 4)”. También se ha dicho que la pluma es más poderosa que la espada y la idea central es el poder de la palabra. Cito a Stephen Hawking: “Algo ocurrió que desencadenó el poder de nuestra imaginación: aprendimos a hablar”. Ya como ondas sonoras o signos impresos, las palabras evocan reacciones en el cerebro de manera tan eficiente que cualquier escenario, aun absurdo, puede reproducirse con exactitud en nuestras mentes.
La conciencia, don divino, surge del lenguaje. Pero el lenguaje, como cualquier otro recurso, pronto se convirtió en arma sofisticada. Vehículo de cultura o herramienta de seducción, coacción u ofensa, la palabra ejerce efectos poderosos sobre el cerebro: creemos lo que nos han dicho que somos. Todo por una necesidad tan importante como el agua, aire o el alimento: el hambre de estímulo. Sin estímulo todo organismo se agota y perece, como ocurre con niños privados de atención y afecto. Algún estímulo es mejor que ninguno y por eso el aislamiento, silencio e indiferencia influyen tanto sobre la conducta. Si el lenguaje es rudo u ofensivo, degrada los espíritus.
Pero palabras elegantes y cultas pueden ser igual de dañinas cuando despiertan o canalizan reacciones peligrosas para la integridad propia o del prójimo y esto lo saben todos los demagogos y muchas figuras públicas.
En un país tan lastimado y en carne viva como El Salvador, urgidos como estamos de una sanación definitiva, duele oír voces airadas, leer escritos coléricos, acusaciones interminables, sin cuartel: El campo de batalla se extiende desde el hogar más humilde hasta la asamblea de los padres de la Patria, la sociedad entera. Somos testigos y cómplices de estos duelos verbales, de lenguas como cuchillos, de adjetivos estériles. Sí, estériles, porque no se puede montar un diálogo fértil si nos ciega la furia, aun cuando la furia esté justificada, aun cuando nos asista la razón.
Cómo y cuándo expresarse es derecho inalienable: las mismas letras del alfabeto y signos de puntuación se usan para escribir los Evangelios, las novelas del marqués de Sade, el Mein Kampf de Hitler o la poesía de Borges y no es lícito coartar la palabra a ángeles o demonios. Hay también derecho a que cada uno se sintonice con lo que quiere leer o escuchar, lo que le gusta o provoca placer, constructivo o destructivo: eso permite que, con fines a veces inconfesables, nuestras mentes sean moldeadas o manipuladas desde temprana edad, tanto por lo que se dice como por lo que se calla.
Es decisión soberana e individual dar uso sabio o necio al don de la palabra. Podemos educar, enseñar belleza, transmitir afecto, informar la verdad y estrechar lazos. O usar estas mismas palabras para lastimar, esparcir mentiras y rumores infundados, intrigar, sembrar prejuicios e intolerancia.
Antes de hacer crítica pública o privada valdría la pena hacer el muy conocido escrutinio del “triple filtro”: ¿Existe una base real o lógica en nuestras palabras? ¿Lo que vamos a decir tiene intenciones bondadosas o constructivas? ¿Servirán mis palabras para algo o para alguien? Lo que entra por la boca no hace impura a la persona, pero sí la mancha lo que sale de ella, son palabras de Cristo. ¿Queremos que nuestras lenguas desborden verdad, bondad y utilidad? ¿O queremos que sean como cuchillos, armas cortantes diseñadas para la desgracia propia y ajena?

martes, 13 de marzo de 2012


¿Qué significa ser salvadoreño?


Editorial publicado en Opinión, La Prensa Gráfica, edición del día 13 de marzo del año 2012.

Muchos se han enojado, por eso, creo, hay algunas posibilidades a considerar:

1. El tema es sensible para el lector promedio;
2. Hay un importante déficit de lectura comprensiva;
3. Somos intolerantes y explosivos para expresar esa intolerancia;
4. Escribo complicado (en serio, por si no lo habían notado, ja, ja);
5. Todas las anteriores.


¿Qué significa ser salvadoreño? ¿En qué dirección va nuestra patria? Me lo preguntaron y me declaré incompetente para responder. Eso irritó mi vocación científica y, en ejercicio mental mitad buceo sin escafandra, mitad harakiri, revisité ideas que se han ido sedimentando en mi memoria. Y en mi búsqueda del tesoro, montañas de guijarros aparte ¿propaganda, eslóganes?, he encontrado muy pocas pepitas de oro.
La propaganda ha calado tan hondo en nuestra médula que al definirnos abundamos en lugares comunes. Como el doctor Frankenstein, queremos insuflar vida a un cadáver mitológico, a un zombi mal llamado “cultura nacional” y derivamos hacia el feísmo, una “acultura” vulgar con muchos padres probables pero ninguno responsable. Esta bastardía se injerta, indolora, en consumidores que devoran todo lo foráneo que alivie su pena existencial. Pero hay síntomas de alguna conciencia de nacionalidad: sonreímos, cómplices, al leer “Poema de amor” de Dalton. Lloramos con el Himno Nacional. Lejos del terruño extrañamos la “Patria Querida”. Pero también hacemos tumulto para las compras de “Black Friday” y cenamos pavo en Thanksgivings. Ejemplos aparte, existe una idea colectiva pero subliminal que nos apelmaza a regañadientes en esta parcela de 20,000 kilómetros cuadrados.
Ortega y Gasset vio en el Estado un ente en metamorfosis continua, legitimado por un “plebiscito cotidiano”: El “sí” o el “no” de cada ser humano, cada día. “Sí” a respetar la ley, trabajar, pagar tributos, capear el temporal. Pero también el “no” de los apóstatas, de los evasores, de los migrantes que marchan en busca de pastos más verdes. Muchos, los más jóvenes y avispados se agitan, indecisos. El “País de la Sonrisa” es una colmena con más obreros que zánganos, pero donde decae la confianza en que la abeja reina merezca tanta entrega, sacrificio y laboriosidad. Se pueden soportar la carestía y las calamidades. “¡Sí se puede!” Pero no sin fe. Algunos sueños deberían volverse realidad para que la ilusión no fallezca y El Salvador necesita sobrevivir a su propio plebiscito cotidiano. El manifiesto diría: “Soy un ser humano. Estoy bien, Tú estás bien. Quiero ser libre y feliz junto al resto de la humanidad”. Parece redundante. Alguno diría “¡Aleluya!” Pero hasta eso hemos perdido, el reconocimiento de lo obvio. Ser persona implica solidaridad de especie, compromiso, un paquete de responsabilidades ¿qué tanto evadimos?, y no tan solo una lista de derechos que tanto demandamos.
Quien dio nombre a nuestro país nos dio el mantra perfecto: “Amaos los unos a los otros”. Amar exige compasión: no lástima sino compartir pasiones, tolerancia y paciencia, un “Mínimum Espiritual”. Hablar de amor en tiempos de depredación del hombre por el hombre suena ingenuo pero justo. En los momentos preapocalípticos los profetas alzaban su voz, llamando al arrepentimiento. No quedan profetas de verdad, por desgracia: no es profesión rentable o estimada en tiempos de agoreros baratos y mercachifles del espíritu. Pero amor y fe dan luz a la sabiduría, esquiva para los muchos que esgrimen argumentos de cajón, pero amante fiel de los pocos que luchan contracorriente para develar la verdad histórica que todos merecemos saber.
Pero estamos desmotivados, tristes. Lobotomizados, somos niños malcriados no aptos para el reparto de las cuotas de responsabilidad. Ignoramos el pasado y también fingimos que no vale la pena enamorarse del futuro.
Sueño con un camino para recorrerlo sin miedo a tropezar con el escepticismo ajeno. Ya estoy haciendo equipaje. Quiero viajar con mis compatriotas, mis amigos. Y quiero, cuando vuelvan a preguntarme qué significa ser salvadoreño, tener una respuesta creíble y enaltecedora. Así sea.

Saquen ustedes sus conclusiones.

Con afecto y respeto

Su amigo, el autor.

martes, 10 de enero de 2012


A menudo nos sentimos aislados, inmersos en un mundo sombrío y hostil. Ya hemos hablado de eso, ha sido parte de tantas tertulias y discusiones que parece no ser relevante añadir más prosa sobre el tema. Y también con imágenes, pausas, sonidos y toda forma plástica, los artistas ponen de manifiesto, una y otra vez, la presencia de esta soledad existencial que parece envolverlo todo. Es cíclico para algunos, permanente para otros, pero cada uno de nosotros, en algún momento, se ha sentido solo. Y tenemos miedo a la soledad. Tenemos miedo a una sensación de aislamiento que parece oprimir el pecho y desquiciar nuestras mentes. Pero como a menudo ocurre con nuestros temores, no siempre hay fundamento para sentirse mal y la mayor parte de veces,estamos solos porque así lo queremos. Veamos:

En primer lugar, estar físicamente solo es, por necesidad un estado transitorio, no permanente. Es la generalización y exageración del perfil temporal de la realidad lo que nos hace sufrir. Aún en las circunstancias más críticas que podamos imaginar, la soledad y aislamiento absolutos no existen. Y estas condiciones tan críticas solo ocurren de manera muy excepcional en la vida de muy pocos seres humanos.
Segundo, la única manera de contemplar nuestro interior, adentrarnos en nuestra mente y comprendernos como seres pensantes es el aislamiento. Un aislamiento que incluye, según muchos maestros de la meditación han explicado, una indispensable desconexión sensorial. Tal desconexión podría angustiar a muchos, ya que la contaminación visual y auditiva nos avasalla minuto a minuto y hemos no solo llegado a tolerar este tumulto de estímulos sino que se ha vuelto una adictiva necesidad. Así, si queremos saber quienes somos, deberemos ver hacia adentro y hacerlo en paz, silencio y, por supuesto, aislados. Aislados y no necesariamente solos, pues hay personas que pueden sentirse agobiados por la soledad rodeados de multitudes y hay otras que, físicamente apartadas de otras personas, se sienten sin embargo en paz, comunión y armonía con toda la humanidad.
Si se desconecta el ruido de fondo y frenamos el ímpetu de nuestros actos, aún el libre fluir de la imaginación podremos ver, bajo la luz propia que todos podemos emitir, la verdadera naturaleza de las cosas. Entonces llegamos a una conclusión fundamental que parece obvia pero a casi siempre, al darla por sentada, pasamos por alto: "Soy un ser humano. Quiero ser parte de esta especie. Quiero ser feliz". Lo trágico de todo esto es que vivimos deseando felicidad para los demás y rogamos por ella para nosotros... Como si la felicidad fuese un don que cae de lo alto, como un regalo, como un maná vital. El milagro ya está hecho: podemos ser felices si queremos y si nos ejercitamos para ello. Felices aún en medio de la adversidad, del sufrimiento cotidiano, aún sabiendo que la muerte levantará cosecha una y otra vez y no quedará ninguno de nosotros a salvo. Ser feliz es un acto de fe pero a la vez una toma de posición, una posición existencial firme basada en la compasión (no lástima sino identificación plena), la paciencia, la tolerancia y el amor. A esto nuestros profetas le llamaban "Sabiduría". No es un anuncio que se hace al mundo: No se dice "soy feliz", por decreto. Se vive feliz haciendo cosas felices, sirviendo al que necesita, asistiendo al ser humano en conflicto, aceptando las penas que nunca son ajenas porque de alguna manera también podrán ser nuestras algún día... Esto es el verdadero amor, que leva a la paz, Nirvana, Iluminación, Estado de Gracia, como quieran llamarle.
No hablo de religiosodad, sino de espiritualidad. Yo he encontrado mis respuestas en Jesús de Nazaret, y eso que soy un fanático de las ciencias psiquiátricas, en especial del análisis transaccional. Otros siguen buscando, o han encontrado en otros grandes espíritus, sus propias respuestas. Solo pido que antes de hacer el próximo movimiento en nuestras vidas pensemos: ¿Estoy siendo honesto? ¿Tengo buenas intenciones? ¿Lo que voy a hacer será constructivo para el mundo? No queremos llegar a la parálisis absoluta: mientras más y más ejercitemos el alma en pensar positivo, menos mecánico será el proceso y mayor gozo habrá en nuestras vidas.

Con gran afecto para los que me leen

Hugo Vilarroel Ábrego.