martes, 13 de marzo de 2012


¿Qué significa ser salvadoreño?


Editorial publicado en Opinión, La Prensa Gráfica, edición del día 13 de marzo del año 2012.

Muchos se han enojado, por eso, creo, hay algunas posibilidades a considerar:

1. El tema es sensible para el lector promedio;
2. Hay un importante déficit de lectura comprensiva;
3. Somos intolerantes y explosivos para expresar esa intolerancia;
4. Escribo complicado (en serio, por si no lo habían notado, ja, ja);
5. Todas las anteriores.


¿Qué significa ser salvadoreño? ¿En qué dirección va nuestra patria? Me lo preguntaron y me declaré incompetente para responder. Eso irritó mi vocación científica y, en ejercicio mental mitad buceo sin escafandra, mitad harakiri, revisité ideas que se han ido sedimentando en mi memoria. Y en mi búsqueda del tesoro, montañas de guijarros aparte ¿propaganda, eslóganes?, he encontrado muy pocas pepitas de oro.
La propaganda ha calado tan hondo en nuestra médula que al definirnos abundamos en lugares comunes. Como el doctor Frankenstein, queremos insuflar vida a un cadáver mitológico, a un zombi mal llamado “cultura nacional” y derivamos hacia el feísmo, una “acultura” vulgar con muchos padres probables pero ninguno responsable. Esta bastardía se injerta, indolora, en consumidores que devoran todo lo foráneo que alivie su pena existencial. Pero hay síntomas de alguna conciencia de nacionalidad: sonreímos, cómplices, al leer “Poema de amor” de Dalton. Lloramos con el Himno Nacional. Lejos del terruño extrañamos la “Patria Querida”. Pero también hacemos tumulto para las compras de “Black Friday” y cenamos pavo en Thanksgivings. Ejemplos aparte, existe una idea colectiva pero subliminal que nos apelmaza a regañadientes en esta parcela de 20,000 kilómetros cuadrados.
Ortega y Gasset vio en el Estado un ente en metamorfosis continua, legitimado por un “plebiscito cotidiano”: El “sí” o el “no” de cada ser humano, cada día. “Sí” a respetar la ley, trabajar, pagar tributos, capear el temporal. Pero también el “no” de los apóstatas, de los evasores, de los migrantes que marchan en busca de pastos más verdes. Muchos, los más jóvenes y avispados se agitan, indecisos. El “País de la Sonrisa” es una colmena con más obreros que zánganos, pero donde decae la confianza en que la abeja reina merezca tanta entrega, sacrificio y laboriosidad. Se pueden soportar la carestía y las calamidades. “¡Sí se puede!” Pero no sin fe. Algunos sueños deberían volverse realidad para que la ilusión no fallezca y El Salvador necesita sobrevivir a su propio plebiscito cotidiano. El manifiesto diría: “Soy un ser humano. Estoy bien, Tú estás bien. Quiero ser libre y feliz junto al resto de la humanidad”. Parece redundante. Alguno diría “¡Aleluya!” Pero hasta eso hemos perdido, el reconocimiento de lo obvio. Ser persona implica solidaridad de especie, compromiso, un paquete de responsabilidades ¿qué tanto evadimos?, y no tan solo una lista de derechos que tanto demandamos.
Quien dio nombre a nuestro país nos dio el mantra perfecto: “Amaos los unos a los otros”. Amar exige compasión: no lástima sino compartir pasiones, tolerancia y paciencia, un “Mínimum Espiritual”. Hablar de amor en tiempos de depredación del hombre por el hombre suena ingenuo pero justo. En los momentos preapocalípticos los profetas alzaban su voz, llamando al arrepentimiento. No quedan profetas de verdad, por desgracia: no es profesión rentable o estimada en tiempos de agoreros baratos y mercachifles del espíritu. Pero amor y fe dan luz a la sabiduría, esquiva para los muchos que esgrimen argumentos de cajón, pero amante fiel de los pocos que luchan contracorriente para develar la verdad histórica que todos merecemos saber.
Pero estamos desmotivados, tristes. Lobotomizados, somos niños malcriados no aptos para el reparto de las cuotas de responsabilidad. Ignoramos el pasado y también fingimos que no vale la pena enamorarse del futuro.
Sueño con un camino para recorrerlo sin miedo a tropezar con el escepticismo ajeno. Ya estoy haciendo equipaje. Quiero viajar con mis compatriotas, mis amigos. Y quiero, cuando vuelvan a preguntarme qué significa ser salvadoreño, tener una respuesta creíble y enaltecedora. Así sea.

Saquen ustedes sus conclusiones.

Con afecto y respeto

Su amigo, el autor.