domingo, 22 de julio de 2012


Amigos: Aquí publico mi más reciente editorial, "Para gobernar a los hombres". Espero sea de su agrado y motivo de reflexión. Julio 22, 2012.

BERNARD FRIZE - OMA - CENTRO POMPIDOU - PARÍS

Para gobernar a los hombres

“Para gobernar a los hombres y servir al Cielo, no hay nada mejor que la moderación...  Por la moderación se puede ser generoso. Por la humildad se puede guiar al mundo.”



Hace veinticuatro siglos el mítico Lao-Tsé amonestaba así a los monarcas. Más aún, afirmó, en el Tao Te Ching: “Si yo fuera rey de un pequeño reino... haría que el pueblo estuviera dispuesto a dar su vida, defendiendo sushogares, antes que pensaran emigrar... Hallarían tranquilas sus moradas. Disfrutarían sus costumbres”.
En nuestro pequeño reino, El Salvador, la indefensión, el deseo de evadirnos, la zozobra cotidiana y el rechazo a las tradiciones propias en busca de lo foráneo parecen ser sellos distintivos de un pueblo que renuncia a metas trascendentes para meramente sobrevivir.
Sigo citando: “El Sabio, para ser señor de su pueblo debe colocarse por debajo de él... Lo guía sin que sufra... Si el pueblo es difícil de gobernar, es porque sus gobernantes se entrometen en sus vidas... Les han hecho la vida muy dura”. Suena profético y solo nos queda el consuelo bobo de no ser los únicos que sufren los desaciertos de los líderes por nosotros mismos elegidos para conducir ¿o descarrilar? a la Patria del trayecto soñado de “conquistarse un feliz porvenir”.
Amor, moderación y humildad. ¿Mucho pedir en política? Artistas de la confrontación, legisladores y jurisconsultos se devoran unos a otros de frente a la opinión pública, como pirañas en una pecera. No importa quién tenga los mejores argumentos o se acerque más a la razón. Lo que asusta es el instinto depredador, la celebración de los excesos, el desafecto por el orden institucional. Para ellos consenso es la opinión del más fuerte. Compromiso implicaría renunciación de todos y satisfacción para ninguno.
Si hubiese un mínimo respeto por el colega, por el rival ideológico o político, con ese ingrediente único se podría pensar en cooperación, entiéndase, en operar o trabajar juntos, por el bien de un país que asiste atónito al espectáculo de la batalla campal (de intereses, no de Poderes) que pone en entredicho nuestra verdadera capacidad de autogobierno.
Al cooperar y encontrar soluciones habrá que conciliar. Pero conciliar no es un apretón de manos hipócrita: exige reconocer que no todos quedan ilesos, que hay necesidad de restaurar autoestima y limar asperezas.
Este artículo es un llamado a la cordura. Sin acusar a ninguno ni tomar partido por nadie, busca invocar la moderación de todos. Si aman a El Salvador hagan cónclave (literalmente encerrarse bajo llave) y no asomen la cara ante el pueblo sin haber llegado a un acuerdo. No solo se trata de evitar el ridículo ante el mundo: lo urgente es volver a un orden que permita funcionar al país, que sirva para demostrar que nuestra traída y llevada “independencia” no es tan solo palabrería hueca.
Definidos los elementos en que hay postura unánime, un mínimo común denominador, se deben enumerar los problemas con sencillez para describir, calificar y ventilar las diferencias de opinión y encontrar salidas legales y dignas para todos. Constitución en mano deberá haber concesiones mutuas y renunciaciones más o menos reñidas con las agendas políticas privadas. No menos importante: Resuelta la crisis, ¿cómo prevenir que un conflicto similar vuelva a ocurrir? Pilotos de la nave del Estado: piensen en que su misión es llevar a buen puerto a este pueblo que tanta fe puso en ustedes a la hora de emitir sufragio. Gobiernen bien, gánense el cielo, nuestra gratitud y el respeto del mundo. No es tonto, ingenuo ni improcedente pedir que prevalezcan en sus actos el amor a la Patria, la humildad y la moderación.


Muchas gracias por su atención a este blog.

Hugo Villarroel.

domingo, 15 de julio de 2012




Los variados rostros de la cultura: Un llamado a la tolerancia.

Editorial publicado en Opinión de La Prensa Gráfica el día Domingo 15 de julio del año 2012





Museo de Arte Moderno, Münich. Un crítico escruta un óleo de Bacon sin disimular "disgusto" ante "una grotesca pero colorida muestra de sadismo"… Disfruta disentir de otros expertos. En Multiplaza, San Salvador, la gente se apiña frente al desfile de modas de una boutique. Situaciones y escenarios diferentes, pero todos comentan y critican, nadie es indiferente al goce estético que siente o deja de sentir. Disfrutan, evitan el aburrimiento, practican escapismo emocional. El tiempo transcurre y dirán: "¡Qué bien la hemos pasado!". El crítico cenará baguette de salmón y té de Assam. Los asistentes al desfile despacharán hamburguesas y gaseosas.

Todo es cultura, expectativas, aspiraciones y conductas. La aprendimos durante los "años plásticos" de la infancia y aprueba o condena manifestaciones según las llamadas "buenas costumbres". Así, llorar en las bodas es visto con simpatía, pero si alguien lanza una carcajada será reprendido (a menos que su líder espiritual lo haga primero). En Suabia quiebran platos al casarse, algo que sería excéntrico en Centro América. Aparte geografía o grupos étnicos, dichas “buenas costumbres”, cuya observancia discrimina entre “cultos” e “incultos”, son dictadas por algo que la conciencia colectiva respeta: la Tradición. Las cosas siempre se han hecho de cierta manera, algo enquistado en la psique en una época prelógica: el niño obedece sin razonar, no pregunta por qué hasta alcanzar cierta edad y, llegado ese momento, la respuesta a menudo es poco ilustrativa: "porque sí", "porque no", "siempre ha sido así". La tradición, forma visible del patrón cultural está basada en "valores" (prejuicios más o menos sagrados) y es dictada por los mayores, que se suponen más sabios y competentes; se hereda igual que se legan los genes, es vinculante, básica para la cohesión y supervivencia de familia, sociedad y nación, aún si está reñida con una visión científica del mundo. Patrón y tradición facilitan el accionar individual porque simplifican la tarea de definir "correcto", e "incorrecto". Desobedecer lleva a censura que genera, a su vez, miedo y culpa, motores de obediencia y sumisión a la autoridad.

Es fácil caer en tentación de juzgar y comparar patrones culturales, propios y ajenos. Algunos desprecian su herencia de ensueño, legada por nuestros antepasados mesoamericanos y claman por transculturación a buenas o malas. Otros añoran un bucólico retorno a los orígenes precolombinos. Al comparar irrespetamos valores subyacentes a rituales y comportamientos de nuestros hermanos, de modo trivial —sonrisa desdeñosa— hasta trágico, como lo recuerdan los campos de exterminio. Pensemos en los europeos, en la antigüedad de sus instituciones, su tecnología, riqueza, talento artístico... En contraste, los indígenas amazónicos yanomame subsisten en primitivo pero armónico modo con el ecosistema. Desconocen la rueda, su arte utilitario carece de pretensiones, su sistema numérico tiene tres cifras: "uno", "dos" y "más de dos". Practican la endogamia (como las casas reales europeas) y comercian con indígenas vecinos con más eficiencia que la Comunidad Económica. Su frugalidad, sencillez y solidaridad destacan frente a la glotonería, complejidad y competitividad de sus congéneres "civilizados". ¿Deberíamos menospreciar o exaltar a los yanomame? Ni una cosa ni otra, no invocamos el mito del “buen salvaje”: abogamos por tolerancia y respeto mutuo, aunque se nos distinga por pertenecer a distintas etnias, por estar o no influidos por diferentes credos o corrientes de cultura o contracultura. Amantes del arte clásico o diletantes del pop, busquemos un nicho para todos, en donde podamos morar sin sentirnos rebajados o enaltecidos. Esta es la más sofisticada manera de ser cultos en la aldea global, más allá de las a veces insalvables diferencias, ya sea admirando arte en un museo o frente a la pasarela, en un centro comercial. 

Gracias amigos, por estar pendientes de mi trabajo.

Hugo Villarroel A.