martes, 10 de enero de 2012


A menudo nos sentimos aislados, inmersos en un mundo sombrío y hostil. Ya hemos hablado de eso, ha sido parte de tantas tertulias y discusiones que parece no ser relevante añadir más prosa sobre el tema. Y también con imágenes, pausas, sonidos y toda forma plástica, los artistas ponen de manifiesto, una y otra vez, la presencia de esta soledad existencial que parece envolverlo todo. Es cíclico para algunos, permanente para otros, pero cada uno de nosotros, en algún momento, se ha sentido solo. Y tenemos miedo a la soledad. Tenemos miedo a una sensación de aislamiento que parece oprimir el pecho y desquiciar nuestras mentes. Pero como a menudo ocurre con nuestros temores, no siempre hay fundamento para sentirse mal y la mayor parte de veces,estamos solos porque así lo queremos. Veamos:

En primer lugar, estar físicamente solo es, por necesidad un estado transitorio, no permanente. Es la generalización y exageración del perfil temporal de la realidad lo que nos hace sufrir. Aún en las circunstancias más críticas que podamos imaginar, la soledad y aislamiento absolutos no existen. Y estas condiciones tan críticas solo ocurren de manera muy excepcional en la vida de muy pocos seres humanos.
Segundo, la única manera de contemplar nuestro interior, adentrarnos en nuestra mente y comprendernos como seres pensantes es el aislamiento. Un aislamiento que incluye, según muchos maestros de la meditación han explicado, una indispensable desconexión sensorial. Tal desconexión podría angustiar a muchos, ya que la contaminación visual y auditiva nos avasalla minuto a minuto y hemos no solo llegado a tolerar este tumulto de estímulos sino que se ha vuelto una adictiva necesidad. Así, si queremos saber quienes somos, deberemos ver hacia adentro y hacerlo en paz, silencio y, por supuesto, aislados. Aislados y no necesariamente solos, pues hay personas que pueden sentirse agobiados por la soledad rodeados de multitudes y hay otras que, físicamente apartadas de otras personas, se sienten sin embargo en paz, comunión y armonía con toda la humanidad.
Si se desconecta el ruido de fondo y frenamos el ímpetu de nuestros actos, aún el libre fluir de la imaginación podremos ver, bajo la luz propia que todos podemos emitir, la verdadera naturaleza de las cosas. Entonces llegamos a una conclusión fundamental que parece obvia pero a casi siempre, al darla por sentada, pasamos por alto: "Soy un ser humano. Quiero ser parte de esta especie. Quiero ser feliz". Lo trágico de todo esto es que vivimos deseando felicidad para los demás y rogamos por ella para nosotros... Como si la felicidad fuese un don que cae de lo alto, como un regalo, como un maná vital. El milagro ya está hecho: podemos ser felices si queremos y si nos ejercitamos para ello. Felices aún en medio de la adversidad, del sufrimiento cotidiano, aún sabiendo que la muerte levantará cosecha una y otra vez y no quedará ninguno de nosotros a salvo. Ser feliz es un acto de fe pero a la vez una toma de posición, una posición existencial firme basada en la compasión (no lástima sino identificación plena), la paciencia, la tolerancia y el amor. A esto nuestros profetas le llamaban "Sabiduría". No es un anuncio que se hace al mundo: No se dice "soy feliz", por decreto. Se vive feliz haciendo cosas felices, sirviendo al que necesita, asistiendo al ser humano en conflicto, aceptando las penas que nunca son ajenas porque de alguna manera también podrán ser nuestras algún día... Esto es el verdadero amor, que leva a la paz, Nirvana, Iluminación, Estado de Gracia, como quieran llamarle.
No hablo de religiosodad, sino de espiritualidad. Yo he encontrado mis respuestas en Jesús de Nazaret, y eso que soy un fanático de las ciencias psiquiátricas, en especial del análisis transaccional. Otros siguen buscando, o han encontrado en otros grandes espíritus, sus propias respuestas. Solo pido que antes de hacer el próximo movimiento en nuestras vidas pensemos: ¿Estoy siendo honesto? ¿Tengo buenas intenciones? ¿Lo que voy a hacer será constructivo para el mundo? No queremos llegar a la parálisis absoluta: mientras más y más ejercitemos el alma en pensar positivo, menos mecánico será el proceso y mayor gozo habrá en nuestras vidas.

Con gran afecto para los que me leen

Hugo Vilarroel Ábrego.