En el vídeo (un comercial de TV), niños y adultos disfrazados como héroes de cómic juegan y sirven alegremente a su comunidad. Enternecido, reflexiono... Cuando toca el desastre a nuestra puerta surgen lo mejor y lo peor de la condición humana. En los extremos, los idealistas empedernidos viven austeramente, refugiándose en la espiritualidad; otros, apelando a la supervivencia del más fuerte, se tornan depredadores. Inmersos en una cultura de campo de concentración, muchos procuran felicidad viviendo ilusiones de autonomía, pero prisioneros de sus miedos y necesidades de placer. En medio de la desolación surge el mito del héroe, de hombres y mujeres capaces de superar toda miseria para guiarnos hacia un destino mejor. La camiseta de héroe es codiciada pero es difícil dar el ancho, en especial cuando la ruta es cuesta arriba y se acarrea en las espaldas algo más que las propias penas. Estos luchadores honestos gozan de simpatía y admiración pero rara vez de auxilio real. Hasta los santos necesitan agua, pan y descanso, pero el oficio de salvador o rescatista rara vez da réditos materiales. En la naturaleza del héroe auténtico hay una visión universal, compasiva, altruista... Y cuando, guiado por su conciencia incorruptible, se ve obligado a romper con los poderes establecidos y nada contracorriente, pone en riesgo su propio prestigio y seguridad: Deja de ser útil al sistema y es justo en ese momento que todo su valor se pone a prueba.

En el currículum del héroe de la vida real no figuran poderes sobrehumanos ni coeficiente intelectual de genio ni una fortuna inmensa. Trabaja con tesón y amor, a menudo sin conciencia del impacto de su obra ni la calidad de su legado. Uno de los primeros héroes que he conocido fue Carlos Perdomo Vidal, mi profesor de sexto grado. Su simpatía y entusiasta estilo de docencia volvían la experiencia educativa algo electrizante. Me enseñó a creer en mi talento, pues a tan tierna edad no sabía si un día estaría a la altura de las expectativas propias y ajenas. Su influencia marcó un antes y un después en mi vida académica y me alentó a no claudicar en mis deseos, sin que él recibiera a cambio nada más que su humilde salario de maestro. Este artículo le rinde un tributo amoroso y más que merecido: Es y ha sido un héroe, mi héroe y el de muchos otros de sus alumnos.

Sí, urgimos de héroes de carne y hueso, modestos, firmes, decentes. Víctimas de la incertidumbre miramos en derredor, buscando mágicas intervenciones. Los no creyentes sonríen, escépticos. Alzamos la voz ante nuestras autoridades y líderes, a legisladores y ejecutores de la ley... Pedimos señales, pruebas fehacientes de que todo estará bien, garantías de paz y prosperidad. Angustiados, los creyentes piden favores a la divinidad, muchos mortificándose, expiando culpas. Pero la fe verdadera es como estar enamorado, no se requiere de una explicación para entenderla: se sabe que la respuesta a nuestros ruegos está ya escrita en el propio espíritu, desde el amanecer de la conciencia. Y la fe cambia el contenido mental, facilita la percepción de una realidad que desconoce de egoísmos y mezquindades, intrigas y falsedades. Vacía de prejuicios y deseos o temores, la mente rompe sus cadenas y se abre la puerta a la conciencia para ese viaje hacia integrarse con lo divino. Ahora ya son posibles los milagros. Y es entonces que llegamos a entenderlo: Sí, todos podemos ser héroes. Hoy y todos los días de nuestras vidas.