jueves, 3 de diciembre de 2015




PIES DE BARRO, CORAZÓN DE ORO.






     “Estando tú, oh rey, en tu cama, te vinieron pensamientos por saber lo que había de ser en lo por venir; y el que revela los misterios te mostró lo que ha de ser.
     “Y a mí me ha sido revelado este misterio, no porque en mí haya más sabiduría que en todos los vivientes, sino para que se dé a conocer al rey la interpretación, y para que entiendas los pensamientos de tu corazón.
     “Tú, oh rey, veías, y he aquí una gran imagen. Esta imagen, que era muy grande, y cuya gloria era muy sublime, estaba en pie delante de ti, y su aspecto era terrible.
    “La cabeza de esta imagen era de oro fino; su pecho y sus brazos, de plata; su vientre y sus muslos, de bronce;
    “Sus piernas, de hierro; sus pies, en parte de hierro y en parte de barro cocido;
   “Estabas mirando, hasta que una piedra fue cortada, no con mano, e hirió a la imagen en sus pies de hierro y de barro cocido, y los desmenuzó.
   “Entonces fueron desmenuzados también el hierro, el barro cocido, el bronce, la plata y el oro, y fueron como tamo de las eras del verano, y se los llevó el viento sin que de ellos quedara rastro alguno. Mas la piedra que hirió a la imagen fue hecha un gran monte que llenó toda la tierra”.

Libro de Daniel, Capítulo II, versículos 26 al 45.


     Mucho se ha escrito sobre el significado del sueño de Nabucodonosor, aunque la clave de la interpretación la da el mismo profeta Daniel. La imagen representa al ser humano, su poder y sus conquistas en el mundo material: oro, plata, bronce, hierro… y barro. Aunque hay un innegable sentido histórico en la profecía de Daniel, más nos interesa hacer hincapié en las connotaciones escatológicas, es decir aquellas vinculadas con la vida después de la muerte, con la historia de la salvación.
     Los gobernantes y todos aquellos que han sido favorecidos con cuotas de poder en la sociedad son vistos como una cúpula de personas notables, con capacidades y habilidades sobresalientes que, puestas al servicio de la comunidad, ayudan a los pueblos a alcanzar sus legítimas aspiraciones de paz, justicia, prosperidad y progreso. Inherente a dicho poder es el derecho de gozar de ciertos privilegios, justos y necesarios, previamente definidos por las leyes. Nabucodonosor, en el siglo VII antes de Cristo era, sin duda, el monarca más poderoso del planeta. Pero su poder era, aunque absoluto en lo terrenal, totalmente impotente ante los misterios de la vida espiritual. Por eso recurre a sabios y magos que puedan interpretar el inquietante sueño en que intuye, muy a su pesar, algún tipo de premonición trágica. Ante el fracaso de sus asesores –y que lleva a su cruel castigo con la muerte- tan solo Daniel es capaz de dar coherencia profética al sueño que sí, habla de destrucción. Cabeza de oro, Nabucodonosor (o Belsasar), está en la cúspide. Pero su legado pasará a otros inferiores a él y de estos a otros aún menos ilustres aunque no necesariamente más débiles. Al final, el fundamento del imperio está en la mezcla de hierro y barro: imposibles de ligar entre sí, el baro se ve quebrantado ante el metal y el metal pierde la sustentación que le proporciona el barro: es previsible el colapso y la destrucción total de todo imperio material humano… Todo es pulverizado, esparcido al infinito y luego olvidado. Y no es mano de hombre la que arranca la piedra del monte, piedra que destruye los débiles pies del ídolo, piedra que se agiganta hasta llenar todo el mundo… Estamos ante una metáfora de un poder supremo que no cede ante nada ni ante nadie y es señal de Sabiduría (sí, con “s” mayúscula) reconocer ese poder.
      Una de las aspiraciones del ego de muchos es escalar posiciones para ganar fama, prestigio y riquezas. La permanente tentación de tener más sobrepasa con mucho a la aspiración de ser más. Esclavos de sus posesiones y de sus lugares preferentes en la sociedad, muchos buscan ser esa cabeza de oro, la cúspide. Otros, llenos del fuego del amor y de Espíritu Santo, se sienten como vasijas del mismo barro con que están hechos los pies del ídolo, humildes, se ponen al final de la fila y rechazan honores y títulos vacíos, más bien dispuestos a una comunión fraterna que no sabe de categorías ni prebendas. Así, entre reyes y ermitaños, medramos la inmensa mayoría de los miembros de la especie, entre la plata, el bronce y el hierro, tratando de hacer aleaciones imposibles, con la ilusión de que viviendo en la tibieza podremos navegar sin naufragar en este océano de vicisitudes que llamamos “vida”.
      ¿Dónde está nuestro corazón? De seguro allí mismo donde hemos puesto nuestros tesoros. ¿Qué clase de tesoro es éste? Cada uno conoce la respuesta en lo más íntimo de su ser. ¿Somos de ese barro humilde que el soplo divino transformó en vida? ¿Somos vasijas toscas y vacías, listas para llenarse hasta los bordes con la Gracia del Espíritu Santo? ¿O acaso nos hemos dorado por fuera, para deslumbrar, para sentirnos más y mejores? A la humilde vasija de barro no le importa convertirse en polvo, porque de allí ha sido formada, no por méritos sino por amor, por Gracia… Es Nuestro Señor que nos levantará del sepulcro frío, nos purificará y concederá un lugar cerca de sus pies, porque nos consideramos pequeños e indignos Él nos enaltecerá. Pero si nos creemos oro puro y olvidamos los pies de barro, ¿qué será de la cabeza fulgurante y llena de orgullo cuando el ídolo se desplome? Seremos borrados de la historia y tampoco seremos dignos de perdón: el que se enaltezca será humillado dijo Cristo.
      Seamos como niños. Dejemos de edificar ídolos de oro, no construyamos más torres de Babel… Hablemos el idioma único del Amor, sus palabras más bellas son paciencia, tolerancia, respeto. Cultivemos la Fe y no sintamos vergüenza de pedirla, para vivir con la confianza de un mundo perfectible pero que en nada podría compararse con la Gloria Eterna que nos espera si, de verdad y con corazón contrito, podemos tomar cada uno su Cruz y seguir al Amigo, Padre, Hermano y Pastor, Jesús de Nazareth.


      Amén. 

domingo, 22 de febrero de 2015






Amigos:

Después de casi dos años de ausencia vuelvo a la carga.
Este es un proyecto muy querido que quiero someter a su consideración.
Bienvenidos serán sus comentarios.

Hugo Villarroel.



VIDA 2.0

Por
Hugo Villarroel-Ábrego



INTRODUCCIÓN.

       “¿Es realmente aire lo que estás respirando?”
      
       Es una pregunta que casi ofende al sentido común, pero que invita a una reflexión detenida sobre todo aquello que consideramos inamovible y exacto, más allá de cuestionamiento. La pregunta la formula Morpheus a Neo, en una escena de la exitosa película de los hermanos Wachowski, The Matrix, en donde la tiranía de las máquinas ejerce control absoluto sobre la vida de los seres humanos, apenas reducidos a fuente renovable de energía, combustible vivo. Como en la película, he reflexionado, muchos de los miembros de la especie hemos llegado a convertirnos en el combustible de un sistema complejo de supervivencia hipertecnológico, en donde el significado de la criatura humana está definido en términos de productividad, capacidad de competir y alcanzar esa meta nebulosa que los gurús y apóstoles postmodernos llaman “éxito”. El sistema, que parece tomar vida propia y lo abarca todo, desde el nacimiento hasta la muerte, distingue por tanto, entre personas “exitosas” y “fracasadas”, en otras palabras, “ganadores” y “perdedores”. Mientras, y para no sucumbir al aburrimiento existencial, a la atrofia de la mente que también desgasta la envoltura corporal, nuestros cerebros son aturdidos alegremente con un mundo “virtual”, es decir, generado por artificio, todo un universo de realidades sintéticas en donde nos movemos con aparente ilusión de autonomía y libertad.
       
     A mucho de esto llamamos “vida”: nacer, recibir un nombre, socializar, adaptarse a los mandatos escritos y no escritos sobre el comportamiento deseable, obtener una educación formal que sirva de base para ganar reconocimiento y acceder al mercado laboral. En paralelo, se encuentran amigos, se encuentra pareja, se funda una familia y se introduce a los hijos en el sistema. Si todo sale bien, al llegar a cierta edad, con la jubilación, se gana el derecho a dejar el puesto de trabajo en la colmena y buscar tiempo para recreación, malcriar nietos y acudir a todas las citas con médicos especialistas necesarias después del desgaste físico y mental de décadas. Cuando llega la muerte solo oramos para que no sea lenta y dolorosa y haber tenido tiempo para dictar el testamento, en caso de haber escamoteado algún excedente de producción a la codicia del mercado de consumo, tan omnipresente como seductor.
      
     Suena instintivo y carente de alma, como si no hubiese gran diferencia con respecto al conocido ciclo vital de las especies que gustamos en llamar “inferiores” y que estudiamos en la escuela: nacer, crecer, reproducirse y morir. Pues aunque las existencias individuales podrían y deberían estar llenas de ricos y complejos matices emocionales e imbuidas en una profunda espiritualidad, millones de personas en todas las épocas viven ―o mejor dicho, sobreviven― adscritos a rutinas maquinales en donde el reloj, los memorándum y la máquina para marcar tarjeta son los tiránicos dictadores. El problema no radica, sin embargo, en la existencia de una rutina en el trabajo. Por el contrario, la disciplina, la puntualidad y el cumplimiento de las normas son ingredientes básicos para una productividad óptima, tanto desde el punto de vista del trabajador como desde la óptica del empresario o institución laboral. Lo trágico es que millones de personas pasan media vida haciendo cosas que detestan en ambientes alienantes para tener acceso a los recursos materiales que necesitan (o creen necesitar), mientras vegetan la otra mitad de su vida quejándose con amargura de ello, evadiéndose de la realidad con actividades puramente lúdicas o emociones fuertes, a veces ilícitas, dejándose vencer por todo tipo de adicciones y siempre sintiendo, en el fondo de sus corazones, que esto no puede ser todo, que falta algo que no encuentra en las maratones televisivas, ni en los fines de semana en hotel todo incluido, ni en las pantallas de sus teléfonos inteligentes, ni en las redes sociales.
       
     Esa sensación de que “falta algo” es, en realidad, una oportunidad de cambio, un motor para el renacimiento de la curiosidad innata del ser humano, adormecida por secuencias predecibles de eventos, en especial cuando las necesidades de seguridad física, residencia digna y alimentación suficiente han sido  subsanadas y aparece el aburrimiento existencial: “¿Y ahora qué?” Pero aún en las condiciones más precarias o miserables, cuando la misma dignidad del ser humano ha sido pisoteada con vileza, en circunstancias tan terribles a menudo afloran a la superficie lo más poético, dulce y trascendente de las personas. El “súper amor” de los no violentos, que ofrece flores, bendiciones y plegarias al embate de los depredadores de la especie, es capaz de sobreponerse, sobrevivir y, eventualmente triunfar sobre sus verdugos. Piénsese en Jesús y la victoria del cristianismo primitivo sobre Roma, recuérdese la odisea del Holocausto de los judíos a manos de la Alemania nazi, y tráiganse a cuenta las vidas y luchas de personajes como Mahatma Gandhi, Nelson Mandela y Tenzin Gyatso (XIV Dalai Lama), para citar algunos emblemáticos ejemplos.
       
     Si sentimos que “falta algo” es nuestra prerrogativa decidir si es necesario buscar ese “algo” antes que lo que consideramos una pequeña fisura en el mapa de nuestra vida llegue a convertirse, como ha ocurrido a tantas personas, en un verdadero abismo de vacío existencial y desesperanza. Si podemos encontrar un “algo”, será necesario definir si es pieza vital para la existencia, para ser felices, para trascender más allá de lo puramente material. Si no lo es quizá hemos hecho la búsqueda equivocada, nos habrá fallado la puntería intuitiva para lograrlo, porque la respuesta correcta haría aflorar de manera inmediata una sonrisa y un estado de iluminación: un ¡eureka! resonará en nuestras mentes y llenará de gozo y gracia nuestros espíritus. Aunque sea por curiosidad vale la pena el esfuerzo. Pero más allá del instinto de explorar yace, en el cerebro humano y en la mente que lo ocupa como residencia material, una sed de entendimiento que, canalizada por las vías correctas, puede contribuir a la comprensión de por qué estamos aquí, por qué tenemos una conciencia capaz de trascender, de qué sirve dicha trascendencia y, finalmente, encontrar un sentido a la vida. Habiendo encontrado un sentido deviene la intención de vida que, a su vez, ilustra las decisiones trascendentales, las que potencian las conductas que darán forma a la historia: somos co-creadores de este Universo complejo y a veces, en apariencia, absurdo.
       
     Así, podemos hablar de llegar a ser los verdaderos “arquitectos de nuestro destino”, parafraseando al poeta. A esto le llamo  “Vida 2.0”, una propuesta en construcción, un manifiesto, o quizás apenas un borrador de manifiesto, para redefinir necesidades, alcances y objetivos, una propuesta en busca de un sentido personal para existir. El término “Vida 2.0” quizás no sea muy apropiado en términos de la complejidad de la existencia humana. Nuestra vida no puede eliminarse como programa operativo anticuado y ser sustituida por otra plataforma tecnológica de un plumazo, como si se tratase de un ordenador de escritorio… Aunque ya ha ocurrido para algunos seres iluminados, cuya conciencia se ha expandido y trascendido en circunstancia extraordinarias. Desmontar las estructuras psicobiológicas ancestrales que se han acumulado en los estratos primitivos del cerebro durante milenios, pero que ya no responden histórica ni culturalmente a las necesidades y prioridades del Ser es labor ardua pero emocionante, el trabajo de toda una existencia y de muchas otras existencias después de la nuestra. Si el trabajo queda inconcluso podemos legar el Conocimiento y la Sabiduría obtenidos a una nueva generación de guerreros del espíritu, dispuestos a tomar la estafeta y superarnos en todos los ámbitos, de pie sobre los hombros de sus predecesores. Pero, en un sentido íntimo, Vida 2.0 es una realidad que puede vivirse ya, desde el mismo momento en que se lean estas letras, si es que no nos basta sobrevivir como hasta ahora, si intuimos que la pieza que falta es precisamente la más importante, la que daría sentido a la aventura cosmobiológica de vivir. Se trata de una decisión personal. Espero que, si una decisión de esta naturaleza es relevante para algún lector, este proyecto de ensayo sirva como introducción a una búsqueda que es universal pero que representa también una lucha íntima, personal e irrepetible.
     
     En las secciones subsecuentes, después de revisar algunas historias de vida, plantearé mi propuesta, ecléctica y muy personal, sobre cómo afrontar estos dilemas vitales, cómo entender mejor el mundo y cómo a pesar del espíritu dominante de los tiempos, cargado de egoísmo, negación y búsqueda afiebrada del placer inmediato y a cualquier costo, aún es posible ser feliz, productivo y útil al prójimo. No pretendo sentar cátedra, no pretendo pontificar ni hacer creer a nadie que he logrado la iluminación: apenas me considero un caminante que, tambaleando, endereza sus primeros pasos, cegado por la luz. Pero mi trabajo como médico, mis estudios y observaciones personales y, mucho más importante, los testimonios de vida y muerte que he ido recolectando durante años de práctica me dan la solvencia moral para presentar a los lectores esta visión particular. Dicha visión tiene una base cristiana, pero se extiende mucho más allá de cuestiones litúrgicas o religiosas; como hombre de ciencia organizo las ideas en sistemas jerárquicos, siguiendo una aparente secuencia de causa y efecto… Pero la esencia de dichas ideas pretende trascender el horizonte de lo material y demostrable. Me justifica el haber sido testigo de mucho dolor, de angustias y esperanzas por igual; el haber sido médico y confidente de sabios, ricos, pobres e iletrados, de santos y demonios. He visto el horror y la gracia, la miseria física y la grandeza espiritual de grandes hombres y mujeres… He corregido y he sido redireccionado, he reído y llorado por partes iguales… Así que considero mi deber respetar la privacidad de tantos héroes y heroínas que han enriquecido mi vida con sus vivencias, manteniendo en secreto sus verdaderas identidades. Espero que esta propuesta pueda perfeccionarse de manera progresiva si, como es mi propósito, me es permitido avanzar unos pasos más por la senda correcta, antes de rendir cuentas a la divinidad.


Hugo Villarroel-Ábrego.