PIES
DE BARRO, CORAZÓN DE ORO.
“Estando tú, oh rey, en tu cama, te vinieron
pensamientos por saber lo que había de ser en lo por venir; y el que revela los
misterios te mostró lo que ha de ser.
“Y a
mí me ha sido revelado este misterio, no porque en mí haya más sabiduría que en
todos los vivientes, sino para que se dé a conocer al rey la interpretación, y
para que entiendas los pensamientos de tu corazón.
“Tú,
oh rey, veías, y he aquí una gran imagen. Esta imagen, que era muy grande, y cuya
gloria era muy sublime, estaba en pie delante de ti, y su aspecto era terrible.
“La
cabeza de esta imagen era de oro fino; su pecho y sus brazos, de plata; su
vientre y sus muslos, de bronce;
“Sus piernas, de hierro; sus pies, en parte de hierro y en
parte de barro cocido;
“Estabas
mirando, hasta que una piedra fue cortada, no con mano, e hirió a la imagen en
sus pies de hierro y de barro cocido, y los desmenuzó.
“Entonces fueron desmenuzados también el hierro, el barro cocido, el
bronce, la plata y el oro, y fueron como tamo de las eras del verano, y se los
llevó el viento sin que de ellos quedara rastro alguno. Mas la piedra que hirió
a la imagen fue hecha un gran monte que llenó toda la tierra”.
Libro de Daniel, Capítulo II, versículos 26 al 45.
Mucho se ha escrito sobre el significado
del sueño de Nabucodonosor, aunque la clave de la interpretación la da el mismo
profeta Daniel. La imagen representa al ser humano, su poder y sus conquistas
en el mundo material: oro, plata, bronce, hierro… y barro. Aunque hay un
innegable sentido histórico en la profecía de Daniel, más nos interesa hacer
hincapié en las connotaciones escatológicas, es decir aquellas vinculadas con
la vida después de la muerte, con la historia de la salvación.
Los gobernantes y todos aquellos que han
sido favorecidos con cuotas de poder en la sociedad son vistos como una cúpula
de personas notables, con capacidades y habilidades sobresalientes que, puestas
al servicio de la comunidad, ayudan a los pueblos a alcanzar sus legítimas
aspiraciones de paz, justicia, prosperidad y progreso. Inherente a dicho poder
es el derecho de gozar de ciertos privilegios, justos y necesarios, previamente
definidos por las leyes. Nabucodonosor, en el siglo VII antes de Cristo era,
sin duda, el monarca más poderoso del planeta. Pero su poder era, aunque
absoluto en lo terrenal, totalmente impotente ante los misterios de la vida
espiritual. Por eso recurre a sabios y magos que puedan interpretar el
inquietante sueño en que intuye, muy a su pesar, algún tipo de premonición
trágica. Ante el fracaso de sus asesores –y que lleva a su cruel castigo con la
muerte- tan solo Daniel es capaz de dar coherencia profética al sueño que sí,
habla de destrucción. Cabeza de oro, Nabucodonosor (o Belsasar), está en la
cúspide. Pero su legado pasará a otros inferiores a él y de estos a otros aún
menos ilustres aunque no necesariamente más débiles. Al final, el fundamento
del imperio está en la mezcla de hierro y barro: imposibles de ligar entre sí,
el baro se ve quebrantado ante el metal y el metal pierde la sustentación que
le proporciona el barro: es previsible el colapso y la destrucción total de
todo imperio material humano… Todo es pulverizado, esparcido al infinito y luego
olvidado. Y no es mano de hombre la que arranca la piedra del monte, piedra que
destruye los débiles pies del ídolo, piedra que se agiganta hasta llenar todo
el mundo… Estamos ante una metáfora de un poder supremo que no cede ante nada
ni ante nadie y es señal de Sabiduría (sí, con “s” mayúscula) reconocer ese
poder.
Una de las aspiraciones del ego de muchos
es escalar posiciones para ganar fama, prestigio y riquezas. La permanente
tentación de tener más sobrepasa con
mucho a la aspiración de ser más.
Esclavos de sus posesiones y de sus lugares preferentes en la sociedad, muchos
buscan ser esa cabeza de oro, la cúspide. Otros, llenos del fuego del amor y de
Espíritu Santo, se sienten como vasijas del mismo barro con que están hechos
los pies del ídolo, humildes, se ponen al final de la fila y rechazan honores y
títulos vacíos, más bien dispuestos a una comunión fraterna que no sabe de
categorías ni prebendas. Así, entre reyes y ermitaños, medramos la inmensa
mayoría de los miembros de la especie, entre la plata, el bronce y el hierro,
tratando de hacer aleaciones imposibles, con la ilusión de que viviendo en la
tibieza podremos navegar sin naufragar en este océano de vicisitudes que
llamamos “vida”.
¿Dónde está nuestro corazón? De seguro
allí mismo donde hemos puesto nuestros tesoros. ¿Qué clase de tesoro es éste?
Cada uno conoce la respuesta en lo más íntimo de su ser. ¿Somos de ese barro
humilde que el soplo divino transformó en vida? ¿Somos vasijas toscas y vacías,
listas para llenarse hasta los bordes con la Gracia del Espíritu Santo? ¿O
acaso nos hemos dorado por fuera, para deslumbrar, para sentirnos más y
mejores? A la humilde vasija de barro no le importa convertirse en polvo,
porque de allí ha sido formada, no por méritos sino por amor, por Gracia… Es
Nuestro Señor que nos levantará del sepulcro frío, nos purificará y concederá
un lugar cerca de sus pies, porque nos consideramos pequeños e indignos Él nos
enaltecerá. Pero si nos creemos oro puro y olvidamos los pies de barro, ¿qué
será de la cabeza fulgurante y llena de orgullo cuando el ídolo se desplome?
Seremos borrados de la historia y tampoco seremos dignos de perdón: el que se
enaltezca será humillado dijo Cristo.
Seamos como niños. Dejemos de edificar
ídolos de oro, no construyamos más torres de Babel… Hablemos el idioma único
del Amor, sus palabras más bellas son paciencia, tolerancia, respeto.
Cultivemos la Fe y no sintamos vergüenza de pedirla, para vivir con la
confianza de un mundo perfectible pero que en nada podría compararse con la
Gloria Eterna que nos espera si, de verdad y con corazón contrito, podemos
tomar cada uno su Cruz y seguir al Amigo, Padre, Hermano y Pastor, Jesús de
Nazareth.
Amén.