Sin embargo, contrario a lo esperado (¡Gracias a Dios!) la plática derivó a terrenos íntimos, a jardines secretos. Hubo testimonios de amor, confidencias, casi se derramaron lágrimas. Pero lo insólito no radica en que se exhibieron las emociones. Lo que llamó más mi atención es que una buena parte de los asistentes no se conocía entre sí, no se habían visto en su vida y ni siquiera sabían de la existencia de sus compañeros de mesa. Pero la emoción desbordaba y el cariño nos contagió a todos. Vamos, si la literatura es un buen pretexto para que estas cosas ocurran... ¡Bendita seas, literatura!