viernes, 26 de marzo de 2010

En la entrada anterior hice referencia a los múltiples contrastes que encontré en la antigua ciudad de Praga... De hecho hago referencia al párrafo de ángeles y gárgolas, etc., etc...

Quiero mostarr a mis amigos un ejemplo gráfico, una fotografía que tomé casi al paso.



Como buen internista y clínico soy dado a la reflexión y a los ejercicios (a veces gratuitos) mentales con respecto a las cosas que ocurren a mi alrededor. No me había sentido tan impresionado por una ciudad en mucho tiempo, el impacto de Praga sobre mis sentidos e imaginación ha sido intenso y, en vez de disiparse con el paso de los días, se agiganta y dificulta que me inserte, otra vez, al menos con comodidad, en mi entorno cotidiano. No es que El Salvador me resulte poco atractivo: mi concepto de patriotismo se define como la imposibilidad de ser feliz en otra parte que no sea este pedazo de tierra a medio camino entre Norte y Sur. Pero Praga intoxica y deja un resabio de sabor que genera adicción. La fotografía humildemente pretende reflejar el crecimiento del monstruo tecnológico alrededor y, por desgracia, quizá a expensas de lo tradicional. Estos son los contrastes a los que me refería, aunque de manera un tanto inespecífica, en la entrada anterior.

El contraste nos define. Los diálogos internos, los que nadie sino nosotros mismos podemos escuchar, reflejan la parte de nosotros que deseamos cultivar en secreto, en la habitación trasera de nuestra vida. Pero la faceta que denominamos "persona" y que está a la vista de todos en ese escaparate que es la vida pública y que nos convierte en ciudadanos, esa entidad presentable ante el mundo, tiende a ser como la imagen que se refleja en el cristal de la fotografía: el edificio histórico, el arquetipo clásico, lo que aprendimos en la más tierna infancia, el conjunto de traumas, la colección de fantasmas y entelequias termina apareciendo, quiérase o no, reflejado en el edificio moderno y multifuncional (la persona) que exhibimos ante el mundo. El yo antiguo (a veces imposible de restaurar) y el yo moderno en construcción son parte integral de un mismo organismo. ¿Cómo conciliar a ambas partes? ¿Es necesario conciliarlas para no caer en la esquizofrenia?

Lo que sé es que esos contrastes dan sabor a una existencia que se sabe finita. Dios bendiga los contrastes.