Amigos:
Después de casi dos años de ausencia vuelvo a la carga.
Este es un proyecto muy querido que quiero someter a su consideración.
Bienvenidos serán sus comentarios.
Hugo Villarroel.
VIDA 2.0
Por
Hugo Villarroel-Ábrego
INTRODUCCIÓN.
“¿Es realmente aire lo que estás
respirando?”
Es una pregunta que casi ofende al
sentido común, pero que invita a una reflexión detenida sobre todo aquello que
consideramos inamovible y exacto, más allá de cuestionamiento. La pregunta la
formula Morpheus a Neo, en una escena de la exitosa película de los hermanos
Wachowski, The Matrix, en donde la
tiranía de las máquinas ejerce control absoluto sobre la vida de los seres humanos,
apenas reducidos a fuente renovable de energía, combustible vivo. Como en la
película, he reflexionado, muchos de los miembros de la especie hemos llegado a
convertirnos en el combustible de un sistema complejo de supervivencia
hipertecnológico, en donde el significado de la criatura humana está definido
en términos de productividad, capacidad de competir y alcanzar esa meta
nebulosa que los gurús y apóstoles postmodernos llaman “éxito”. El sistema, que
parece tomar vida propia y lo abarca todo, desde el nacimiento hasta la muerte,
distingue por tanto, entre personas “exitosas” y “fracasadas”, en otras
palabras, “ganadores” y “perdedores”. Mientras, y para no sucumbir al
aburrimiento existencial, a la atrofia de la mente que también desgasta la
envoltura corporal, nuestros cerebros son aturdidos alegremente con un mundo “virtual”,
es decir, generado por artificio, todo un universo de realidades sintéticas en
donde nos movemos con aparente ilusión de autonomía y libertad.
A mucho de esto llamamos
“vida”: nacer, recibir un nombre, socializar, adaptarse a los mandatos escritos
y no escritos sobre el comportamiento deseable, obtener una educación formal
que sirva de base para ganar reconocimiento y acceder al mercado laboral. En
paralelo, se encuentran amigos, se encuentra pareja, se funda una familia y se
introduce a los hijos en el sistema. Si todo sale bien, al llegar a cierta
edad, con la jubilación, se gana el derecho a dejar el puesto de trabajo en la
colmena y buscar tiempo para recreación, malcriar nietos y acudir a todas las
citas con médicos especialistas necesarias después del desgaste físico y mental
de décadas. Cuando llega la muerte solo oramos para que no sea lenta y dolorosa
y haber tenido tiempo para dictar el testamento, en caso de haber escamoteado
algún excedente de producción a la codicia del mercado de consumo, tan
omnipresente como seductor.
Suena instintivo y carente de alma, como
si no hubiese gran diferencia con respecto al conocido ciclo vital de las
especies que gustamos en llamar “inferiores” y que estudiamos en la escuela:
nacer, crecer, reproducirse y morir. Pues aunque las existencias individuales
podrían y deberían estar llenas de ricos y complejos matices emocionales e
imbuidas en una profunda espiritualidad, millones de personas en todas las
épocas viven ―o mejor dicho, sobreviven― adscritos a rutinas maquinales en
donde el reloj, los memorándum y la máquina para marcar tarjeta son los
tiránicos dictadores. El problema no radica, sin embargo, en la existencia de
una rutina en el trabajo. Por el contrario, la disciplina, la puntualidad y el
cumplimiento de las normas son ingredientes básicos para una productividad
óptima, tanto desde el punto de vista del trabajador como desde la óptica del
empresario o institución laboral. Lo trágico es que millones de personas pasan
media vida haciendo cosas que detestan en ambientes alienantes para tener
acceso a los recursos materiales que necesitan (o creen necesitar), mientras
vegetan la otra mitad de su vida quejándose con amargura de ello, evadiéndose de
la realidad con actividades puramente lúdicas o emociones fuertes, a veces
ilícitas, dejándose vencer por todo tipo de adicciones y siempre sintiendo, en
el fondo de sus corazones, que esto no puede ser todo, que falta algo que no
encuentra en las maratones televisivas, ni en los fines de semana en hotel todo
incluido, ni en las pantallas de sus teléfonos inteligentes, ni en las redes
sociales.
Esa sensación de que “falta algo” es, en
realidad, una oportunidad de cambio, un motor para el renacimiento de la
curiosidad innata del ser humano, adormecida por secuencias predecibles de
eventos, en especial cuando las necesidades de seguridad física, residencia
digna y alimentación suficiente han sido
subsanadas y aparece el aburrimiento existencial: “¿Y ahora qué?” Pero
aún en las condiciones más precarias o miserables, cuando la misma dignidad del
ser humano ha sido pisoteada con vileza, en circunstancias tan terribles a menudo
afloran a la superficie lo más poético, dulce y trascendente de las personas.
El “súper amor” de los no violentos, que ofrece flores, bendiciones y plegarias
al embate de los depredadores de la especie, es capaz de sobreponerse,
sobrevivir y, eventualmente triunfar sobre sus verdugos. Piénsese en Jesús y la
victoria del cristianismo primitivo sobre Roma, recuérdese la odisea del
Holocausto de los judíos a manos de la Alemania nazi, y tráiganse a cuenta las
vidas y luchas de personajes como Mahatma Gandhi, Nelson Mandela y Tenzin Gyatso (XIV Dalai
Lama), para citar algunos emblemáticos ejemplos.
Si sentimos que “falta algo” es nuestra
prerrogativa decidir si es necesario buscar ese “algo” antes que lo que
consideramos una pequeña fisura en el mapa de nuestra vida llegue a
convertirse, como ha ocurrido a tantas personas, en un verdadero abismo de
vacío existencial y desesperanza. Si podemos encontrar un “algo”, será
necesario definir si es pieza vital para la existencia, para ser felices, para
trascender más allá de lo puramente material. Si no lo es quizá hemos hecho la
búsqueda equivocada, nos habrá fallado la puntería intuitiva para lograrlo, porque
la respuesta correcta haría aflorar de manera inmediata una sonrisa y un estado
de iluminación: un ¡eureka! resonará en nuestras mentes y llenará de gozo y
gracia nuestros espíritus. Aunque sea por curiosidad vale la pena el esfuerzo.
Pero más allá del instinto de explorar yace, en el cerebro humano y en la mente
que lo ocupa como residencia material, una sed de entendimiento que, canalizada
por las vías correctas, puede contribuir a la comprensión de por qué estamos
aquí, por qué tenemos una conciencia capaz de trascender, de qué sirve dicha
trascendencia y, finalmente, encontrar un sentido a la vida. Habiendo
encontrado un sentido deviene la intención de vida que, a su vez, ilustra las
decisiones trascendentales, las que potencian las conductas que darán forma a
la historia: somos co-creadores de este Universo complejo y a veces, en
apariencia, absurdo.
Así, podemos hablar de llegar a ser los
verdaderos “arquitectos de nuestro destino”, parafraseando al poeta. A esto le
llamo “Vida 2.0”, una propuesta en
construcción, un manifiesto, o quizás apenas un borrador de manifiesto, para
redefinir necesidades, alcances y objetivos, una propuesta en busca de un
sentido personal para existir. El término “Vida 2.0” quizás no sea muy
apropiado en términos de la complejidad de la existencia humana. Nuestra vida
no puede eliminarse como programa operativo anticuado y ser sustituida por otra
plataforma tecnológica de un plumazo, como si se tratase de un ordenador de
escritorio… Aunque ya ha ocurrido para algunos seres iluminados, cuya
conciencia se ha expandido y trascendido en circunstancia extraordinarias.
Desmontar las estructuras psicobiológicas ancestrales que se han acumulado en
los estratos primitivos del cerebro durante milenios, pero que ya no responden
histórica ni culturalmente a las necesidades y prioridades del Ser es labor
ardua pero emocionante, el trabajo de toda una existencia y de muchas otras
existencias después de la nuestra. Si el trabajo queda inconcluso podemos legar
el Conocimiento y la Sabiduría obtenidos a una nueva generación de guerreros
del espíritu, dispuestos a tomar la estafeta y superarnos en todos los ámbitos,
de pie sobre los hombros de sus predecesores. Pero, en un sentido íntimo, Vida
2.0 es una realidad que puede vivirse ya, desde el mismo momento en que se lean
estas letras, si es que no nos basta sobrevivir como hasta ahora, si intuimos
que la pieza que falta es precisamente la más importante, la que daría sentido
a la aventura cosmobiológica de vivir. Se trata de una decisión personal.
Espero que, si una decisión de esta naturaleza es relevante para algún lector,
este proyecto de ensayo sirva como introducción a una búsqueda que es universal pero que
representa también una lucha íntima, personal e irrepetible.
En las secciones subsecuentes, después de
revisar algunas historias de vida, plantearé mi propuesta, ecléctica y muy
personal, sobre cómo afrontar estos dilemas vitales, cómo entender mejor el
mundo y cómo a pesar del espíritu dominante de los tiempos, cargado de egoísmo,
negación y búsqueda afiebrada del placer inmediato y a cualquier costo, aún es
posible ser feliz, productivo y útil al prójimo. No pretendo sentar cátedra, no
pretendo pontificar ni hacer creer a nadie que he logrado la iluminación:
apenas me considero un caminante que, tambaleando, endereza sus primeros pasos,
cegado por la luz. Pero mi trabajo como médico, mis estudios y observaciones
personales y, mucho más importante, los testimonios de vida y muerte que he ido
recolectando durante años de práctica me dan la solvencia moral para presentar
a los lectores esta visión particular. Dicha visión tiene una base cristiana,
pero se extiende mucho más allá de cuestiones litúrgicas o religiosas; como
hombre de ciencia organizo las ideas en sistemas jerárquicos, siguiendo una
aparente secuencia de causa y efecto… Pero la esencia de dichas ideas pretende
trascender el horizonte de lo material y demostrable. Me justifica el haber
sido testigo de mucho dolor, de angustias y esperanzas por igual; el haber sido
médico y confidente de sabios, ricos, pobres e iletrados, de santos y demonios.
He visto el horror y la gracia, la miseria física y la grandeza espiritual de
grandes hombres y mujeres… He corregido y he sido redireccionado, he reído y
llorado por partes iguales… Así que considero mi deber respetar la privacidad
de tantos héroes y heroínas que han enriquecido mi vida con sus vivencias,
manteniendo en secreto sus verdaderas identidades. Espero que esta propuesta pueda
perfeccionarse de manera progresiva si, como es mi propósito, me es permitido
avanzar unos pasos más por la senda correcta, antes de rendir cuentas a la
divinidad.
Hugo Villarroel-Ábrego.
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