sábado, 24 de abril de 2021

 

A UN AÑO DE PANDEMIA EN EL SALVADOR.

Los contrastes nos intrigan. Las segundas y terceras oleadas de infecciones de COVID-19 arrasan continentes, el oxígeno escasea, encontrar cama en Cuidados Intensivos es quimera en muchas de las grandes ciudades… Un tercio de millón de personas se enferma cada día en la India, pero Israel deslumbra al mundo… Chile vacuna masivamente pero está al borde de un colapso, Uruguay presumía de su manejo de pandemia y al momento se enfrenta a una crisis de difícil control… El Salvador parecía tener la receta para el desastre perfecto y, aunque se vivieron momentos de gran drama y la labor de los médicos de primera línea les ha empujado hasta el límite de su resistencia física y moral a mediados del año pasado, el país funciona, después de una cuarentena inédita, con restricciones a medias, hacinamientos de vértigo… pero sin saturación de hospitales, a pesar de que nuestro programa de vacunación no ha dado segundas dosis ni siquiera a un 2% de la población. Todos hemos perdido a alguien y nos hacemos legítimas preguntas: ¿Habremos alcanzado una infame inmunidad natural de rebaño? ¿Habrá variantes del virus circulando de modo salvaje en el país? Somos un país de gente joven, probablemente más resistente a las complicaciones de COVID-19… pero todos hemos visto a veinteañeros en ventilación mecánica, trágico recordatorio de la impredecible historia natural de esta enfermedad. Atención: este día hemos recibido algunos reportes anecdóticos de un incremento de hospitalizaciones… ¿Nuestra fuente? La mantendremos en reserva.

 Pero hemos sobrevivido. Avanzamos penosamente hacia la luz, sin duda. Iremos dejando en el camino parte fragmentos de nuestro corazón, por las almas perdidas, por los discapacitados, por las secuelas propias y ajenas. Despojándonos de falsas esperanzas, descartando el peso muerto de medias verdades que nunca creímos del todo, aceptando que no hay balas mágicas contra el ya no tan nuevo coronavirus, dirigimos la nave guiados por una evidencia que no está a la altura de nuestros estándares, con una ruta de navegación erizada de escollos… No aceptamos quedarnos estáticos, el miedo que paraliza o forza al retroceso se ve neutralizado por el poder de una ciencia en construcción, falible, pero que aprende de sus errores.

El mayor deseo de este autor es, sin embargo, que un día no sea necesario hablar más de COVID-19, excepto como curiosidad histórica. Más allá de la crisis sanitaria habrá, de todos modos,  que sobrellevar las graves repercusiones de la pandemia sobre sociedad y macroeconomía, pero también sobre la posición existencial, el estilo de vida y las esperanzas de cada ser humano. Somos resilientes pero nadie saldrá ileso de esta epopeya… En recompensa, podremos aprender de lo vivido, para recrearnos como seres más pacientes, tolerantes, compasivos y empáticos. Vale la pena intentarlo… porque confesamos haber sobrevivido.


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