jueves, 9 de agosto de 2007

ENSAYO SOBRE LA CULTURA POPULAR - INTRODUCCIÓN








DE LA CULTURA POPULAR CONTEMPORÁNEA.

INTRODUCCIÓN.


DE LOS ORÍGENES DE LA CULTURA.


Doy inicio a este ensayo —he querido revestir a este artículo de algún grado de rigor académico— con un objetivo específico: Pretendo describir algunos de los elementos más sobresalientes del quehacer humano contemporáneo —en especial del quehacer lúdico— y, enarbolando estos paradigmas, buscar su raíz nutricia en la estructura única de la personalidad de cada hombre, mujer o niño. Casi podría afirmar -mi formación médica me compele a hacerlo- que tales elementos podrían ser reducidos a la categoría de signos y síntomas que, al ser valorados más allá de su aparente superficialidad y condición pop o light, revelan un universo interior de necesidades no satisfechas, un hambre de estímulo y de estructura, parafraseando a los transaccionalistas de Berkeley.

Es cultura todo lo que el ser humano elabora. El verbo “hacer” ha sido sustituido por “elaborar” por una razón sencilla: no toda conducta es cultural y el primer verbo es inadecuado para marcar tal diferencia. Esta distinción no es tan solo semántica: cuando el primer homínido primitivo bípedo alzó una rama de árbol frente a alguno de sus tantos depredadores, el uso de la “herramienta” es más acto instintivo de defensa integrado a nivel límbico que una verdadera elaboración neopsíquica. Cuando nuestro ancestro alcanzó el nivel de abstracción mental suficiente como para aguzar la punta de la rama y hacer uso más eficiente del recurso natural, allí la conducta se vuelve cultura, que también puede aprenderse y transmitirse a los descendientes (de modo tan eficaz como el de los genes en virtud de las leyes de la herencia mendeliana). En esta línea de pensamiento, se entiende también que hay gran diferencia entre esconder el cuerpo tras una roca para huir del enemigo y construir un muro de piedras para parapetarse allí y defenderse de mejor modo. Así, dado un nivel de evolución orgánica (no dispongo de términos más adecuados al momento) suficiente del sistema nervioso central, sería la interrelación entre esa red neuronal compleja —en virtud a los órganos sensoriales— y los estímulos aparentemente infinitos de un universo por descubrir, el motor creador de lo que ahora llamamos cultura. En lenguaje simple: dadme un cerebro con neocórtex y moveré al mundo.

Desde el descubrimiento del fuego hasta la invención de la bomba atómica y la decodificación del genoma humano han transcurrido milenios. La evolución del hombre como creador de herramientas y manipulador de entornos ha progresado con ritmo frenético en el último par de siglos, pero ese crecimiento exponencial no ha sido la regla para todas las formas del quehacer cultural. Algunos intelectuales, en arranques de pesimismo comprensibles pero en modo alguno justificables, han llegado incluso a anunciar la muerte de la filosofía y la literatura, disciplinas quizá obsoletas en un mundo que, a partir de las crisis existenciales derivadas de la postguerra mundial, pareciese haber sido remodelado alrededor de un concepto central: el disfrute sensorial a toda costa, como una meta en sí misma, como adicción.

Sería ingenuo creer que la búsqueda del placer no haya sido, a lo largo de toda la historia de la Humanidad, el motor fundamental de toda actividad. Quizá toda actividad humana haya sido diseñada, a fin de cuentas, para volver menos ardua la existencia, para ahorrar energía, reducir el sufrimiento, abrir espacios para el disfrute, construir un sistema que garantice una supervivencia larga y en especial, confortable. La búsqueda del goce colectivo, al alcance de todos, sería entonces el principio moral básico, la regla de oro (¿pan y circo?). El arte mismo, en todas sus formas, termómetro de la vida cultural de las naciones, es suntuario y lúdico en sí mismo y por definición, pues no sirve a fines utilitarios. La misma representación visual, una pintura al óleo, por ejemplo, es una obra de arte si contemplamos el cuadro original —valorado quizá en millones— en algún museo, pero no es más que un producto comercial —un poster— si se reproduce masivamente sobre papel por unos centavos, para decorar las paredes vacías de alguna oficina.

¿Pueden equipararse “felicidad” y “placer”? ¿Se es feliz cuando la sumatoria de eventos placenteros excede, en un intervalo de tiempo determinado, a la cuota de aburrimiento y pena que todo ser humano enfrenta cotidianamente? El placer es una realidad fisiológica, la respuesta cerebral a ciertos estímulos que cada individuo percibe como agradables, una respuesta no cortical sino límbica, instintiva y no volitiva, pues se integra en las estructuras encefálicas más antiguas. En ese sentido, la vivencia de lo placentero es idéntica a la de cualquier animal de experimentación que recibe comida o caricias al ejecutar correctamente ciertas secuencias de comandos. La “felicidad” es más bien una abstracción, una postura existencial más o menos estable que surge a nivel de la corteza cerebral, es una elaboración del intelecto.
  • A lo largo de este ensayo se hará consideraciones sobre los siguientes tópicos, sin pretender ser exhaustivos:
  • Concepto de "cultura".
  • Papel de la cultura en el desarrollo de la persona individual y sus estados del ego.
  • Hambre de estímulo y cultura.
  • La cultura como promotora de argumentos de vida.
  • Papel de la cultura en el desarrollo de la identidad nacional y/o regional.
  • Manifestaciones culturales: de la abstracción pura a la percepción sensorial.
  • La cultura en un mundo global y cibernético.
  • ¿Pueden hacerse juicios de valor sobre las diferentes manifestaciones culturales?
  • ¿Existe una cultura "popular" en contraposición a una cultura "clásica"?
  • La cultura contemporánea occidental como forma de evasión: la fundación de estilos alternativos de vida.
  • Elucubraciones finales.
Hasta muy pronto.
HVA

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