martes, 24 de agosto de 2021

 

El proyecto C.R.A.S.H. es una invitación abierta al mundo para compadecer, respetar, amar y servir humildemente... En esta entrada hablaremos de la tercera letra del acrónico: Del Amor.



AMOR.

 El Amor es difícil de reducir a un concepto o definición. En todo caso es una emoción que trasciende a sentimiento, una vivencia que se incrusta en el alma, que redefine a todo aquel que pueda experimentarla: remodela, transforma, purifica y santifica. Como abarca a toda la actividad mental y espiritual, como repercute intensamente en el cuerpo físico, es una experiencia vigorizante y total. Los fisiólogos la atribuyen a descargas de sustancias neurotransmisoras en nuestro cerebro: dopamina, endorfinas… ese reduccionismo naturalista podrá satisfacer a cínicos y psicópatas, pero todo aquel que ama y cultiva el Amor sonríe, compasivo, abre sus brazos e invita a compartir, no a teorizar o interpretar. No es solo entrega y alegría, puede llevar a la separación y al dolor; el que ama se siente vulnerable pero no le importa: se goza el Amor sin cálculos, sin esperar retribución, entregándolo todo sin medida, pero con pleno respeto de las necesidades, sentimientos y valores del ser amado, asumiendo los riesgos de la incomprensión, el rechazo, quizás de la indiferencia. Saulo de Tarso, convertido en San Pablo en virtud del amor, escribió un himno, que, a la fecha, es quizás la más perfecta e inspirada composición sobre algo tan intangible y a la vez tan real:

1 Corintios 13:

“Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como campana que suena o címbalo que retiñe. Y aunque tuviera el don de hablar en nombre de Dios y conociera todos los misterios y toda la ciencia; y aunque mi fe fuese tan grande como para trasladar montañas, si no tengo amor, nada soy. Y aunque repartiera todos mis bienes a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve. El amor es paciente y bondadoso; no tiene envidia, ni orgullo ni jactancia. No es grosero, ni egoísta; no se irrita ni lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que encuentra su alegría en la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta. El amor no pasa nunca. Desaparecerá el don de hablar en nombre de Dios, cesará el don de expresarse en un lenguaje misterioso, y desaparecerá también el don del conocimiento profundo. Porque ahora nuestro saber es imperfecto, como es imperfecta nuestra capacidad de hablar en nombre de Dios; pero cuando venga lo perfecto desaparecerá lo imperfecto. Cuando yo era niño, hablaba como niño, razonaba como niño; al hacerme hombre, he dejado las cosas de niño. Ahora vemos por medio de un espejo y oscuramente; entonces veremos cara a cara. Ahora conozco imperfectamente, entonces conoceré como Dios mismo me conoce. Ahora subsisten estas tres cosas: la fe, la esperanza, el amor, pero la más excelente de todas es el amor”.

Hay pasiones que simulan ser Amor… La pasión puede avasallar y tomar la conciencia como rehén… Pero si hay que mentir, o si la dignidad se ve menoscabada por una emoción, eso no puede ser Amor. El Amor en su forma pura se exhibe libre, a la luz, enaltece y no denigra; la entereza del que ama, su devoción al servicio de la verdad, la paz que inunda su existencia… Todo ello, entereza, devoción, sinceridad, paz interior, todos son dones de Dios, un regalo perfecto, encarnado en su Hijo, el Cristo, y en el Espíritu Santo, la Divina Persona, el Amor en estado puro.

El Amor trasciende las fronteras de los estados del Yo, rebalsa al niño interior, impregna todos los actos conscientes de la vida adulta y se sublima en instintos de protección, altruismo y auténtico sacrificio, como los de un padre protector y nutricio. Solo quien ama lo entiende porque no hay manera de someter a escrutinio algo tan etéreo y del mismo modo palpable: se materializa en la madre que acuna a su hijo, en la piel ardiente de los amantes consagrados ante el Señor como una sola carne, en los niños que ríen juntos al jugar, en el médico que se entrega, en el confesor que absuelve, en el maestro abnegado e incansable, en la religiosa que entrega su vida entera al servicio… Se siente, se vive, pero no puede disecarse ni estudiar al microscopio; se llega al martirio por amor, ante las sonrisas irónicas de los incrédulos, de frente a una Cruz Gloriosa en que los despojos del Cordero son el rescate por los vicios y pecados de una Humanidad que dice amar pero que solo se entrega a las oscuras maniobras de buscar placer a cualquier precio, en todo momento, sin compromiso, pero también sin esperanza, sin consuelo, sin Fe… vacíos como un cascarón estéril, irrelevantes como un suspiro en medio de la tempestad de su furioso egoísmo.

Amemos pues, con gozo, sin medida, pero con prudencia, respetando al ser amado, dispuestos a servir con humildad, pues no es otra la intención de quien ama: Deja de ser él mismo y se ofrece, superando al miedo, como herramienta de Dios en su proyecto de Salvación. No hablemos más de amor, vivámoslo como Pablo podría invitar a proceder: como la cosa más excelente que podamos llegar a experimentar en nuestras existencias.


Hasta pronto, amigos amados...



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